Ya antes de que así lo definiera Maquiavelo, lamentablemente el miedo ha sido más eficiente que el amor para controlar el poder. Lo que Maquiavelo no dijo es que las sociedades un día terminan sobreponiéndose al miedo, una de las pocas sensaciones que paralizan al ser humano.
Precisamente, una de las más importantes consecuencias del resultado de las elecciones de octubre pasado en Misiones es que la sociedad argentina pudo comprobar, al menos en aquel momento, que está en su propia esencia la posibilidad de vivir sin miedo, sentimiento que socava los cimientos de la democracia y del desarrollo. Allí fue necesario, muchas veces lo es, un liderazgo místico y desinteresado para exorcizar al demonio del miedo. Pero ahora hay que hacer el esfuerzo de evitar que Misiones caiga en el olvido.
Justo es decir que no existe hoy en la Argentina un régimen político que se haya manifestado de tal forma que pueda inspirar en la sociedad una sensación de miedo aguda. Sin embargo un creciente temor embarga cada vez a más argentinos. Acaso haya gestos, insinuaciones, que apuntan a infundirlo, como una forma de allanar el camino para la concreción de proyectos. Es el miedo como instrumento de poder que promueve Maquiavelo; una manipulación que sirve a intereses bien definidos.
Por caso, personas públicas que no están de acuerdo con el gobierno sólo aceptan hacer declaraciones –cuando no se excusan de formularlas– si sus nombres quedan en reserva. Tienen temor a represalias. Algunos periodistas denunciaron haber recibido amenazas por sus expresiones contrarias al gobierno y, más allá de la valentía que exhibieron al persistir en sus posiciones, admitieron que experimentan cierto temor, que se transmite a otros colegas.
El presidente y su mujer, senadora por la provincia de Buenos Aires, revisan antiguos y modernos textos periodísticos y hasta fotografías publicadas, para después formular comentarios públicos en tono preocupante acerca de sus autores o editores.
Sería dramático que estos periodistas dejaran de ejercer su derecho a la crítica por miedo.
Sensaciones. Políticos opositores dicen que los espían y/o que saben que no los invitan a reuniones públicas por temor; hay empresarios que se ausentan o se callan; hay militantes que desertan y, lo que es peor, hay jóvenes que se desinteresan. La estrategia del miedo es antiética en esencia y generalmente incontrolable, porque es ejercida inorgánicamente y en cadena.
A una acción aberrante dirigida a infundir temor le sigue otra de igual tenor o peor, en una cascada que vaya a saber dónde termina: bloqueos a empresas, toma de comisarías, violaciones a la propiedad privada, amenazantes contramarchas para disuadir manifestaciones legítimas, patotas que impiden asambleas universitarias o discursos de opositores, ocultamientos de rostros y exhibición de palos para amedrentar, advertencias y presiones a funcionarios judiciales hasta de las más altas magistraturas, amedrentamiento a los críticos, amenazas directas a funcionarios del propio gobierno para que se sumen a facciones internas, clima de sospecha interna entre los propios funcionarios del Gobierno…
¿Qué vendrá después, si allí la ética no rige, si nada de ello tiene condena? Hitchcock, un maestro del terror, lo anunciaba antes de cada una de sus series televisivas de los ’50: “esto va a ser escalofriante”. Esperemos que esto no.
Sociedades en fuga. El miedo produce una sociedad genuflexa, carente de capacidad de innovación. En fuga. La esteriliza. Degrada las libertades. Conduce al retraso. Encumbra a mediocres. Pero, finalmente la reacción de la sociedad llega. Emplearlo como estrategia es autodestructivo, porque no hay gobierno exitoso sin una sociedad exitosa. No hay gobierno exitoso con una sociedad inhibida.
Los argentinos ya han experimentado sus consecuencias. Son ciertamente devastadoras. Hace 50 años les hablaron de “hacer tronar el escarmiento”; un general en los ’70 dijo que se estaban “eliminando las impurezas de la democracia” (vaya eufemismo para explicar la represión ilegal) y un presidente democrático más cercano les habló de la “libertad del palo”.
Miedo a nosotros. Virgilio dice en su Eneidas: Timeo danaos et dona ferentes (temo a los griegos aunque traigan regalos); los misioneros recibieron las dádivas que tan indignamente les llevaron para comprar sus votos, pero se sobrepusieron al miedo que pudo embargarlos por no satisfacer los bajos deseos de sus obsequiantes. Transmitieron así a todos los argentinos la fuerza vital necesaria para sobreponerse y decir lo que quieran, invitar y/o invocar a quien quieran y, por qué no, temerle sólo a quien sus creencias indiquen que merece ser temido.
Howard Lovecraft, célebre autor norteamericanos del género del terror, dijo que la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y que el más antiguo y más intenso de los miedos es el que se tiene a lo desconocido. Hay miedos atávicos: a los fenómenos meteorológicos, a los dioses, a los dinosaurios; miedos antiguos: a desbarrancarse de un mundo chato, a las pestes; miedos contemporáneos, al calentamiento global, al deterioro ecológico, a los errores y efectos no deseados de la ciencia y la tecnología, los miedos a “los otros” de la guerra fría. En fin, siempre hubo miedo a “los otros”; pero ¿miedo a nosotros…?
La estirpe. Dijo el periodista norteamericano Bob Edwards a estudiantes de su país, azuzándolos para que reaccionen ante los temores que se les infunden con el pretexto de protegerlos: “Primero impusieron el temor a los ingleses, después a los pielrojas, más tarde a los negros, luego a los comunistas y por último a los terroristas: Nuestra historia y nuestra doctrina nos indica que no descendemos de hombres miedosos, ni de hombres que temían escribir, hablar, asociarse o defender causas que en algún momento fueran impopulares”. La historia grande de la Argentina no la hicieron hombres distintos.
Quienes despliegan la estrategia del miedo lo hacen seguramente por miedo a lo que dijo Lovecraft: lo desconocido. No hay virtud en ello: lo provocan, lo manipulan, para evitar el ejercicio virtuoso, constructivo e insuperable que son incapaces de practicar, el de la propuesta, la confrontación de ideas y el consenso, que llevan, inexorablemente, al desarrollo en libertad. n
* Periodista, fundador de BAE-Buenos Aires Económico.