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asuntos internos

La geometría del amor

Tomas150
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¿Cuánto hacía que no subrayaba tanto un libro? ¿Cuánto que no disfrutaba así de una lectura? Pero gracias a una de esas conjunciones que se dan muy esporádicamente, esta vez las cosas se acomodaron para que apareciera un libro único: sólo faltaba que alguien (Martín Schifino) acercara a dos editores (Luis Chitarroni, Matías Serra Bradford, de La Bestia Equilátera) un título inédito de un escritor olvidado (Alfred Hayes), traducido magistralmente por ese mismo alguien (Schifino) y diseñado por Juan Pablo Cambariere, responsable del arte de tapa más sofisticado de la industria editorial argentina. El resultado: la novela Los enamorados, un magnífico tratado sobre el desamor (y los celos, la pasión, el dolor, el odio, la posesión, la memoria, la locura, la conmiseración, el olvido) en versión masculina, un libro que debería figurar en cualquiera de esos listados que se acostumbran a hacer por esta época del año en los suplementos culturales y las revistas especializadas.
Hayes (1911-1985) nació en Londres pero se crió, estudió y vivió casi toda su vida en Nueva York. Fue periodista, escribió para la televisión, sirvió en el ejército estadounidense en la Segunda Guerra pero, sobre todo, a poco de instalarse en Roma, se convirtió en uno de los guionistas del movimiento conocido como neorrealismo italiano. Trabajó con Roberto Rossellini y fue autor, junto a Vittorio De Sica, del guión de Ladrón de bicicletas. En 1953 apareció su primera y única novela, Los enamorados.

Alguna vez César Aira se preguntó sobre los textos de Osvaldo Lamborghini: ¿cómo se puede escribir tan bien? La misma pregunta le cabe a esta novela de apenas ciento cincuenta páginas, en la que Hayes narra una relación sentimental que se desmorona y se reconstruye una y otra vez. Una historia escrita con la dosis perfecta de ironía inglesa y malicia americana (¿o es al revés?) que rescata todos los clichés del desengaño amoroso, los retuerce y los hace pasar por el tamiz de una voz masculina tan martirizada y consciente como cínica y elegante. Acerca de uno de los crispados encuentros entre los dos protagonistas, Hayes escribe: “Era como la escena de una mala película, si es que todavía hacían cosas así en las películas; pero sobre todo era como la escena de una mala vida”. Le hace decir a la mujer, sobre un pretendiente: “Me volvería loca tratando de conversar con un hombre que maltrata así el lenguaje”. Sobre uno de los gestos de ella: “Esa cara que, cuando se siente herida, da la impresión de que la golpearon con una rosa enorme”. Acerca del atardecer en Nueva York: “La ciudad exhalaba una especie de suspiro; pensé en mi madre cuando se desabrochaba el corsé”. Sobre la ciudad, bien temprano: “Siempre pensé que no hay nada más triste que el aspecto que tiene la gente a la mañana cuando va al trabajo”. Y una de las tantas veces en que la protagonista cree que su amante va a golpearla, Hayes remata: “No corría peligro. No la habría golpeado con nada más contundente que un laborioso adjetivo”.
Nadie que haya sido abandonado alguna vez debería perderse el ambiguo dolor (que tiene tanto de placer) de atravesar esa pérdida de nuevo, junto a este relato: Los enamorados como un libro ineludible, salvo para los que nunca, nunca, sufrieron por amor. Aunque aquellos no merezcan, en verdad, ni este libro ni nada.

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