POLITICA
El juicio a Von Wernich

La hipocresía de la Iglesia y un sociópata peligroso

El cura Christian Von Wernich demostró en su alegato final que no abriga en su corazón blindado ni una pizca de arrepentimiento. Nada.

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No podía fallar. Su corazón sigue siendo el mismo músculo maldito que latía fuerte en Concordia en los años de juventud, cuando aún no había tomado los hábitos, cuando ese muchacho antisocial de entonces, ese fascista constitutivo al que todos llamaban Queque (su sobrenombre), militaba en el nacionalismo oligárquico y atacaba a otros argentinos por el solo hecho de llevar apellido judío.

Antisocial, un sociópata clásico según la definición más divulgada, un tipo caracterizado por tener conductas persistentes de manipulación, explotación o violación de los derechos de los demás, “a menudo implicado en comportamientos criminales”. Tan criminal como Videla, Masera, Viola, Menéndez, Galtieri o Camps.

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En escasos diez minutos, y con total desprecio por los crímenes cometidos, el ex capellán de la Policía Bonaerense intentó sacudirse de culpa y acusaciones con una insólita pero estudiada homilía judicial. Dijo que en “2000 años de historia, ningún sacerdote de la Iglesia Católica Apostólica Romana violó los sacramentos". Y cuestionó sin más a los sobrevivientes que atestiguaron en este proceso legal.

Advirtió, esta vez amenazante: “El testigo falso es el demonio porque en él está la malicia, no está la verdad, está preñado de malicia concibiendo la maldad”, recreando la conocida posición de la Iglesia procesista que, encima, durante años ocultó y protegió a genocidas como el ex capellán. Habría que apuntar, de paso, que el único testigo falso en todo el proceso fue un cura que se presentó ante el tribunal para aligerar el peso de las decenas de historias que incriminaban a VW.

Curiosa la lógica de la Iglesia, que defiende y milita sistemáticamente a favor de leyes antiabortistas enarbolando su apego por la vida, aún desde la concepción, cuando demostró, al menos durante los años de connivencia con la dictadura, que la vida de los que no comulgaban con ella importaba poco y nada.

¿Quién podía ignorar desde su conducción que personajes como Von Wernich participaron entusiastas de la represión ilegal? Activamente. Por supuesto que hubo muy honrosas excepciones de obispos comprometidos (Hesayne, Novak, Angelelli). Sin embargo, ahora la verdad ahora tiene fuerza de ley.

El Tribunal Oral que lo juzgó en La Plata probó que VW participó de 31 sesiones de tortura y fue cómplice de siete homicidios triplemente calificados, además de 42 privaciones ilegales de la libertad. La histórica condena a este cura, primer caso de un hombre de la Iglesia y por tanto emblemático para la Argentina, viene a cerrar el círculo moral. Sin verdad y sin justicia es difícil avanzar. Por eso sonaba a tibia la autocrítica oficial ensayada por la Iglesia en el año 2000, conducida entonces por el obispo Estanislao Karlic.

En aquel mea culpa, la Iglesia pidió perdón por los “silencios responsables” y la “participación efectiva” de muchos de sus miembros, religiosos y laicos, durante los años de “la violencia guerrillera y la represión ilegítima que enlutaron a la patria”. Perdón, dijo, “porque en diferentes momentos de nuestra historia hemos sido indulgentes con posturas totalitarias, lesionando libertades democráticas” y porque “con algunas acciones y omisiones hemos discriminado a muchos de nuestros hermanos, sin comprometernos suficientemente en la defensa de sus derechos”.

Algo es algo, pero ¿por qué no arrodillarse y reconocer que protegió directamente a los asesinos? ¿Por qué apelar a eufemismos si todos conocían nombre, rango y participación? Porque mientras esto sucedía, el cura Von Wernich había sido amparado ya desde el obispado de 9 de Julio en plena restauración democrática, y más tarde por alguno que, presumiendo que su caso en algún momento iba a ser materia de la leyes terrenales, permitió, favoreció, que saliera del país para ejercer su sacerdocio en un pueblo retirado y apocado de la cordillera chilena. Allí “el padre Christian” se llamaba Christian González, descubierto en su " exilio pastoral" por el periodista Hernán Brienza.

Faltaba la justicia de los hombres de este defectuoso mundo. Porque la justicia divina parece que nunca llega.

*Editor ejecutivo de perfil.com