La mujer de la bolsa
"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios. Cuando lo manda el destino no lo cambia ni el más bravo, si naciste pa’ martillo del cielo te caen los clavos. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios."
De la canción Pedro Navaja, de Rubén Blades.
El pasado martes 5 de junio, poco después de las seis de la mañana, cuando la temperatura era bastante menor a los diez grados promedio de la jornada, los dos hombres de la Brigada de Explosivos del Cuerpo de Bomberos de la Policía Federal subieron por el ascensor del hall de ingreso de Hipólito Yrigoyen 250 hasta el quinto piso. Como en un aburrido paso de comedia, al abrirse la puerta los esperaba el mayordomo, dispuesto a hacer de cicerone en una recorrida que los tres conocían de memoria.
Miguel Lezcano es morocho y macizo, y lleva 33 años viendo pasar ministros de Economía en esas cumbres del poder donde todos sueñan quedarse para siempre. Cuando la rutina guía los pasos, el valor de lo extraordinario se multiplica; las personas miran sin mirar, sobrevuelan la escena hasta que, de golpe, un animal les salta encima.
Las visitas matinales de la Brigada son de rutina y se realizan todos los días desde 1978, cuando el ex ministro José Alfredo Martínez de Hoz temía que le pusieran una bomba.
Ninguno de los tres va a olvidarse jamás de la mañana del 5 de junio: aún hoy el recuerdo les aparece durante el sueño, en medio de una conversación, durante un viaje en colectivo.
El mayordomo y los policías comenzaron su recorrido desde la recepción hacia la oficina privada de Felisa Miceli, a la que se accede luego de pasar por la de Mariela Pía Santarelli Goñi, su secretaria (ver croquis adjunto). El sitio parece un juego de cajas chinas: un despacho deriva a otro, más privado aún, y decorado con gusto más atento; del despacho privado de unos cuarenta metros a una especie de living, más íntimo, con un baño al que sólo accede Felisa o, claro, personas de su íntima confianza.
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