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Las nuevas internas y los desafíos de Cristina ante el cambio de look del Gobierno: ¿convicción o necesidad?

A un mes del sopapo que sepultó las retenciones móviles para el agro, algunos están volviendo a ver a los Kirchner como rubios y de ojos celestes.

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A un mes del sopapo que sepultó las retenciones móviles para el agro, ha reaparecido con fuerza en la sociedad un recurrente grupo de argentinos que ama el péndulo de las modas y que está siempre pendiente de la cáscara, quienes hoy están volviendo a ver a los Kirchner como rubios y de ojos celestes.

Los que opinan de esta manera son los que por estos días aseguran como sonsonete que se nota la voluntad de cambio en el matrimonio presidencial y que eso se ha comenzado a reflejar en un apartamiento del ex presidente de la exposición pública y en una mayor amabilidad del gobierno formal en el trato con el campo, los opositores internos, los gobernadores no afines y el Congreso. Hasta los analistas enrolados en esta corriente ya se han animado a decir que hoy se observa mayor optimismo en la sociedad, que el consumo vuelve a tallar y hasta que es nuevamente tiempo de comprar acciones, por lo baratas y porque el futuro viene mucho mejor.

En este cambio de visión, mucho han tenido que ver dos actitudes que quizás al Gobierno no le guste mucho reconocer por ahora, pero que han sido determinantes para que la distensión social le haya dejado paso a este tipo de líneas de pensamiento menos agoreras: el voto "no positivo" de Julio César Cobos y el paso al costado de Alberto Fernández.

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La acción mediática de la nueva conducción de la Jefatura de Gabinete ha hecho el resto, para intentar salir de la crispación. Sergio Massa ha ganado ya más de una pulseada interna a favor del cambio de estilo, incluida la acción para enmendar el error de la venta de bonos a Venezuela, con una anunciada recompra de títulos, lo que le ha hecho ganar, por haber apelado a una típica solución de mercado, algunos silbidos de la interna más recalcitrante. La corriente massista, que ha reconstruido la idea de que un equipo económico está en funciones, buscó terminar con la sensación de que nadie hacía nada en el Gobierno que no fuera aprobado por Néstor Kirchner. En esta línea, junto a Massa, están por ahora enrolados Martín Redrado y Carlos Fernández en el más alto nivel, pero también han seguido la misma conducta de retomar la iniciativa en el abordaje de los problemas, otros funcionarios como el secretario de Agricultura, Carlos Cheppi o el titular de la ONCCA, Ricardo Echegaray, quienes se han mostrado algo más abiertos con la gente del campo. La cúpula del grupo quiere buscar ahora un arreglo con el Club de París, misión difícil si la hay, no tanto porque las reglas de los grandes países prevén un monitoreo exhaustivo del FMI, algo que en el Gobierno muchos consideran que sería un retroceso inadmisible, sino porque para comenzar a hablar habrá que poner una parte de la deuda al contado y hoy las arcas fiscales no lucen tan robustas como antes.

Fuera de la rigidez que tienen los kirchneristas más apasionados y los opositores más obstinados, hoy todos en retroceso, aparece un cuarto lote de opinión social que integran los llamados críticos constructivos, aquellos que miran más el fondo de las cosas y que señalan de buena fe que es necesario que el Gobierno comprenda que el mundo circula por otros carriles diferentes a las viejas recetas económicas setentistas. De algún modo, los que se suman a esta tendencia más escéptica y no tan tachín-tachín del optimismo, piensan que para creer habrá que ver todavía muchas más señales de arrepentimiento pleno, propósito de enmienda y, consecuentemente, cambio de rumbo efectivo para volverle a dar crédito al Gobierno. Su refrán favorito para negar que se estén produciendo cambios es aquel que dice que "en boca de mentiroso, lo cierto se hace dudoso", alusión bien directa a la estafa que se todavía se consiente en el INDEC.

En el Gobierno, ya la divisoria de aguas ha mostrado que en su seno conviven ahora este nuevo comportamiento menos troglodita del abordaje de los problemas, que encabeza Massa, con los funcionarios de viejo cuño, los que estaban acostumbrados a ladrar a los interlocutores, a cajonear los temas hasta disciplinarlos y a gobernar para el día a día, como Julio De Vido, Ricardo Jaime y Guillermo Moreno, todos hijos operativos del ex presidente Kirchner.

Es precisamente la ideología la que le dio sustento a esta metodología que se usó durante los cinco años de la trepada, pero que ahora, en el declive, se resiste a morir y esto es lo que genera aún dudas entre los menos proclives a creer en un cambio de aire. Para ellos, Moreno se ha convertido en un ícono de la maldad, de allí que como contracara de algún posible viraje haya aparecido el término "morenización" de la economía, como un contrapeso flagrante de cualquier aggiornamiento del Gobierno, sobre todo después de que se ratificó al secretario de Comercio al frente del INDEC y de la chicana que se le permitió jugar con el avance sobre el Banco Central de Redrado, para marcarle la cancha con las tasas de interés. Pero lo cierto es que el funcionario está orgulloso de que le digan que es un "maestro", como lo calificó el secretario Cheppi y seguro de que no necesita tener otros amigos que los que tiene. Como un cruzado, su mente y su corazón están alineados con el compromiso de estar haciendo lo que siempre ha querido hacer: trabajar en un país que privilegie el mercado interno, que asegure precios internos acordes a los ingresos de los argentinos y donde la justicia social permita que los ricos y los pobres se repartan la riqueza, de modo más equitativo.
Como ocurre siempre, el problema es el cómo y lo que Moreno y su grupo no han podido procesar aún es que el mundo ha cambiado esos parámetros de los años de postguerra y que ahora impera la globalización y el intercambio, de la mano de mercados más abiertos y de libre tránsito de los capitales. En su rigidez, el funcionario se conforma con aplicarle a los que piensan así el mote de "neoliberales", sin tomarse el trabajo de ver, por ejemplo, cómo han hecho tres países insospechados en ese sentido, Chile, Brasil y Uruguay, para resolver con reglas de juego totalmente diferentes los mismos problemas que él pilotea a los tumbos.

Tras todo este escenario de tironeos de la nueva interna está la figura de la presidenta de la Nación, quien es la que decide en los papeles en última instancia el rumbo de los acontecimientos, a la que se ha buscado mostrar distinta a aquella de los días de alto deterioro de su figura, aunque sin aceptar que ha tenido que dar alguna marcha atrás. Sin embargo, Cristina Fernández podría haber salido aún mejor parada de la situación, ya que muchas de las actitudes tuvo que encararlas consciente de los nuevos límites que le impuso el rechazo a la Resolución 125, de lo que le pide la sociedad en cuanto a la soberbia, de lo que es la misión de los gobernadores o de lo que el bloque oficialista de Diputados le marcó cuando se le plantó en el caso Aerolíneas, pidiéndole que autorice cambios de fondo en el proyecto original, entre ellos su decisión de trasladar al sector privado una parte del capital accionario. Esto habla, en todo caso, de una Presidenta en ejercicio, haciéndose fuerte aún en el retroceso, salvo que no haya sido así o que ésa no haya sido su convicción.

Por eso, el otro punto a dilucidar es saber si el cambio de estilo ha sido cosmético y fruto de la necesidad y si persistirá hacia adelante, sobre todo si hay que afectar el corazón del modelo. Los críticos quieren esperar a que le aparezca un nuevo problema de fondo, para ver cómo reacciona la Presidenta, aunque en primer lugar ella debería ajustar de raíz dos o tres tuercas internas que la dejan mal parada, y mucho, ante la opinión pública.

Hay que tomar en cuenta que en ninguna empresa privada podría quedar al mando de un Departamento interno alguien que no cumpla con sus funciones: a) Guillermo Moreno no ha podido combatir la inflación y lo ha hecho decidídamente mal, tratando de esconder los efectos. Es lo mismo que un tesorero que cubre un desfalco de caja con la adulteración de los comprobantes.
b) Tampoco podría mantenerse en funciones algún gerente que haya permitido una operación financieramente tan ruinosa como la venta de bonos a Hugo Chávez, más allá de haber dado una pésima señal que sacó aún más del mundo a la Argentina.
c) Cualquier asesor legal que le haga firmar al CEO de una compañía un absurdo como la exposición de motivos por los cuáles se pretende reestatizar Aerolíneas Argentinas y tres artículos completos que debieron ser cambiados, sería puesto de inmediato de patitas en la calle. En cuanto a la compañía aérea, este manotón de ahogado de los diputados salvó la futura ley, la que hoy es acompañada por el grueso de la opinión pública. Sin embargo, el punto más reprochable de toda la situación, donde está involucrada la clase política en su conjunto, es que han sido pocas las ideas alternativas para avanzar en una solución de consenso que debería haber involucrado un rediseño de la política aerocomercial y de sus marcos regulatorios. No se han tomado ejemplos de otros casos en el exterior y tampoco no se ha hecho ninguna autocrítica sobre el paupérrimo papel del Estado como contralor del Grupo Marsans.

En este juego de fulleros que hoy termina con un pasivo de U$S900 millones, durante los últimos cinco años se le aprobaron a los españoles balances interdictos, a cambio de una mayor participación estatal, mientras que el Estado les prometió beneficios que se les entregaron tarde y mal. No obstante, habrá que ver cómo reacciona esta masa tan volátil de gente que ayer pensaba que era mejor privatizarla y que hoy supone lo contrario y que le parece que el caso es parte del aggiornamiento presidencial, cuando viva en carne propia que Aerolíneas, entre la operación y las inversiones, se llevará una gigantesca mordida de los recursos de los contribuyentes. El viejo chascarrillo de la cantata de Les Luthiers: "Oro por baratijas".