Las empresas privatizadas durante la gestión de Carlos Menem atraviesan momentos difíciles, y mientras sus dueños esperan el demorado reajuste de tarifas, sospechan que están siendo víctimas de un complot en el que creen que el gobierno de Cristina Kirchner intenta apoderarse de parte de ellas en un plan progresivo tendiente a "kirchnerizarlas", si no estatizarlas, a través de la compra de acciones por parte de empresarios amigos del poder.
Paranoicos o no, los propietarios de algunas de estas empresas de servicios creen que la compra de parte de los valores de Repsol YPF por parte del grupo de Ezkenasi simboliza el primer desembarco de un capitalista nacional relacionado con el kirchnerismo, que podría continuar en las distribuidoras de energía, las telefónicas y la misma Aerolíneas Argentinas.
Las declaraciones de máximos exponentes del gobierno sobre la crisis energética, cuando arreció el calor que achicharró a gran parte de los argentinos, fueron consideradas síntomas que avalan esos temores.
El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, fue audaz cuando declaró que en la Argentina no hay problemas de energía sino que lo que falla es "la distribución". Apuntó indirectamente a Edenor y a Edesur, y si bien los diarios destacaron en sus titulares otra expresión que dio en las mismas entrevistas, cuando dijo que la escasez energética es el precio que se paga por el "éxito" del modelo, la otra definición es la que puede alumbrar más pistas.
Una serie de cortes de energía en distintos barrios de la capital y el conurbano fueron destacadas en las portadas de todos los diarios, aunque las empresas distribuidoras clamaban que se trataba de interrupciones parciales y acotadas que eran maximizadas por la prensa.
Expertos en la materia sostienen que las dos distribuidoras están realizando cortes programados encubiertos para ir manteniendo la capacidad mínima, pero el Gobierno dice que no hay problemas de disponibilidad energética.
Después de una semana en la que el tema fue el que dominó a la opinión pública, las últimas 48 horas la atención giró bruscamente hacia el caótico escenario del aeropuerto internacional de Ezeiza.
Casualidad o no, lo cierto es que dos paros de pilotos y personal de rampas, por reivindicaciones por lo menos confusas, convirtieron a la estación aérea en un infierno en el que quedaron atrapados cinco mil pasajeros.
Qué mejor que llamar la atención con medidas de fuerza de esa naturaleza en plena temporada de vacaciones, donde demoras y cancelaciones de vuelos han generado hasta incidentes en que los frustrados pasajeros la emprendieron con todo lo que tenía que ver con los colores de la ex aerolínea de bandera.
Las medidas de fuerza podrían hacer rememorar aquella ola de paros que finalmente desembocaron en la desnacionalización de la compañía, en tiempos del menemismo. Hoy podría pasar lo mismo, pero tal vez para llegar a la kirchnerización de la empresa. Al menos se sabe que los gremios vinculados al sector suelen ser más funcionales al poder de turno que a los intereses de sus representados.
En medio de este panorama, la presidenta Cristina Kirchner volvió a su labor después de unas largas vacaciones , y lo hizo para encabezar un par de actos y aprovechar para dictar cátedra ("no quiero que me digan Maestra Ciruela") sobre temas comunes pero, particularmente, para lanzar nuevas andanadas contra la prensa, como gustaba hacer su esposo y antecesor.
Nunca quedan muy claras las razones por las cuales los Kirchner, que suelen llenarse la boca de autoalabanzas, se sienten tan heridos ante la menor crítica. ¿Tal vez para desviar la atención de la opinión pública sobre otros problemas? ¿quizás para tratar de instalar que el "enemigo" es la prensa que cuenta lo que pasa, con mayor o menor acierto, y no los desmanejos que están provocando problemas concretos en la vida real? Cristina cumplió un mes de gestión sin haber podido dibujar un perfil nítido sobre cuál será su estilo de Gobierno. Por ahora parece solamente la versión femenina de su esposo: los mismos retos, los mismos enojos, el mismo hermetismo sobre el manejo de la cosa pública.
No pareciera estar disfrutando de la supuesta luna de miel que cada gobernante tiene cuando apenas asume el poder. Se muestra como si hubiera entrado en un quinto año de gestión, harta, desgastada, irritada.
Cabe esperar que la brújula de la primera mandataria encuentre rápidamente su norte, para que todos sepan a qué atenerse.