A la presidenta Cristina Fernández de Kirchner
le gusta recordarnos que es una mujer. Como buena feminista, da a entender que se
siente muy orgullosa de la condición que comparte con más de la mitad de la población mundial, pero
también propende a tratarla como si fuera una suerte de discapacidad física, comparable con la
ceguera o la parálisis, y que en consecuencia es deber de todos darle el beneficio de la duda.
Suele prologar sus arengas cada vez más frecuentes aseverando que "siempre les dije que por ser
mujer me iba a costar más", o para variar, diciendo que cometió "el pecado de ser mujer" y
aludiendo a su "aparente fragilidad", lo que puede tomarse por un pedido de ayuda dirigido a sus
compañeros masculinos, entre ellos aquel célebre caballero andante Luis D'Elia,
o por un arranque de autocompasión destinado a desarmar a sus críticos poniéndose en el
lugar de la víctima de fuerzas retardatarias oscuras.
Sea como fuere, sería con toda seguridad mejor que en adelante Cristina se abstuviera de
insistir en lo tremendamente duro que es para una mujer desempeñar el papel de presidenta en un
país que a juicio de muchos puede volverse ingobernable en cualquier momento. Al fin y al cabo, no
le convendría del todo que la gente llegara a la conclusión de que está en lo cierto y que por lo
tanto lo más sensato sería reemplazarla cuando antes por alguien que no padezca de la desventaja
que
a su juicio le está ocasionando una cantidad creciente de problemas mayúsculos que no
surgirían si un hombre estuviera al mando.
La idea de que, por ser una mujer, Cristina necesita ser rodeada de hombres listos para
protegerla contra sus adversarios está socavando su presidencia. Tanto la presencia de su marido,
Néstor Kirchner a su lado en Plaza de Mayo, como el acto mismo,
sirvieron para llamar la atención a la debilidad que siente y al temor de que, si bien dice
tener "la convicción para llevar el mandato", le resulte imposible hacerlo. Antes de
iniciarse la gestión de su esposa, Néstor dio a entender que durante los meses primeros guardaría
una distancia respetuosa a fin de no eclipsarla. Bien que mal, el esquema así propuesto no tardó en
hacerse trizas. Y aquel acto con asistencia oficialista casi perfecta y una muchedumbre fletada,
confirmó que para actuar Cristina precisa que la rodee una especie de guardia pretoriana.
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(*) James Neilson es analista de la Revista Noticias.