Habitar en el Distrito Federal o ser oriundo de la capital mexicana, puede resultar ingrato en estos días. Al estornudar o toser aquí se corre el riesgo de convertir la vida en un vía crucis. Pueden llover piedras. De las que lastiman si dan en el blanco, o de las verbales.
El temor ha hecho que un simple estornudo no se corresponda con el diplomático “salud” que acostumbran los mexicanos. Lo más normal ahora es el alejamiento huidizo de los que están casualmente cerca o una mirada de rechazo como si fuera la peor de las faltas. Cualquier bacteria, se teme, puede quedar atascada en un pasamano del metro, un producto en el supermercado o en la palma de la mano.
De nuevo, como aquella expresión de mediados de los años '80 de “haz patria, mata a un chilango”, cuando los defeños huyeron del terremoto en la capital y se instalaron en provincia, ahora los temores fundados o no por la influenza porcina parecen haber reverdecido la frase que algunos llegaron a llevar en calcomanías.
Variados testimonios de rechazo a los capitalinos se leen o escuchan en prensa, radio y T.V. En Acapulco, el alcalde (intendente) pedía a vacacionistas capitalinos que no llegaran hasta el balneario si tenían una gripe. “Sería una gran irresponsabilidad”, pedía después de que se conociera la agresión con piedras de lugareños hacia viajeros del DF.
El gobernador de Veracruz tampoco se quedó corto el sábado cuando después de llevar café y sándwiches –tal cual en campaña electoral- a los habitantes de La Gloria, un pueblo marginado donde se conoció el primer caso de brote del H1N1, dijo a los periodista nacionales y extranjeros: “…celebro que traigan tapabocas, porque vienen de la ciudad de México”.
El temor salió de la ciudad para instalarse en el resto del país y en el extranjero.
El gobierno de Felipe Calderón dirigió la mirada hacia afuera y pataleó por tanta “discriminación y xenofobia” contra los mexicanos en el exterior. La canciller Patricia Espinosa respondió con la misma vara: los mexicanos no deben viajar a China, exhortó, molesta con las medidas de las autoridades asiáticas en los casos de 71 connacionales.
China y Japón, otro de los países señalados, habían anunciado donativos para apoyar a México.
Los “agravios” desde el exterior (algunos países de Sudamérica también tuvieron lo suyo) en las medidas de aislamiento hacia mexicanos, resaltaron un sentimiento muy caro en la identidad mexicana: su nacionalismo. Las cartas de lectores en periódicos y los llamados de oyentes en radio lo venían expresando, aún antes de que la canciller lo estableciera como agenda en los medios de comunicación. “Por qué Cuba se comporta así cuando hemos sido tan solidarios con ellos”, reclamaban algunos lectores en el periódico Reforma.
Las quejas mexicanas no distan mucho de la que otros viajeros sufrieron o sufren al llegar a cualquiera de sus fronteras. Para los colombianos lo es por el tema del narcotráfico, para los centroamericanos por sus intentos potenciales de cruzar a Estados Unidos.
En los años 90 del Siglo XX, en pleno avance del cólera en Bolivia, era normal que los pasajeros llegados de ese país en la desaparecida aerolínea Lloyd Aéreo Boliviano fueran revisados en el área sanitaria del aeropuerto de la Ciudad de México. La incómoda revisión les tocó también a quien provenían del norte argentino.
Entre xenofobia y discriminaciones, bajo un serio problema de sanidad discurren preguntas aún sin respuestas y datos contrastantes. Los números de afectados que se diferencian si las cifras provienen de las autoridades federales o estatales, el origen de la epidemia donde hasta la OMS cuestiona la falta de reflejos del gobierno de Calderón, y un sistema de salud discriminador entre las posibilidades de acceso para sectores pudientes y las dificultades para 40 por ciento de sus 104 millones de habitantes que viven en la pobreza absoluta. Hasta ahora las autoridades federales mantienen en total secreto el origen social de las 19 víctimas mortales del brote de H1N1. La OMS dice que “está muriendo gente pobre”.
(*) Especial para Perfil.com