Luis D’Elía llegó a La Habana en un avión de línea, vía Panamá, el 19 de octubre del 2005. En el aeropuerto lo esperaba un chofer negro, junto a un lujoso y brillante Mercedes-Benz, también negro. Lo trasladaron directo a la casa de huéspedes oficiales. Fue guiado hasta un amplio salón típicamente caribeño, con sus baldosones rojos, macetas inmensas recubiertas por cerámicas, rejas en negro con sus dibujos, plantas, palmeras, ventiladores girando en los techos.
Un negro de impecable traje de lino se apareció de pronto y le anunció que enseguida llegaría su contraparte, el hombre con el que debía organizar la cosa. Cuando D’Elía lo vio entrar, no podía creerlo. Era Silvio Rodríguez, el famoso cantautor cubano, el tipo al que había tarareado millones de veces, uno de los pocos que se habían arrimado a su querido Cafrune. Silvio Rodríguez lucía gordito, con anteojitos aburguesados, pero era el mismo de siempre.
Pasaron juntos horas y horas, bajo un ventilador silencioso, de impecable coordinación, rodeados de plantas y un calor suavecito, jarras de agua helada servidas por las manos morenas de los sirvientes. Ahí estaba D’Elía, de faena en el poder, por fin en la organización, por fin en la superestructura en favor de lo que creía una causa justa. En esa charla se decidió el eslogan de la contracumbre, Stop Bush, una frase made in de D’Elía, tan adepto a los eslogans gancheros, pero también acorde con el contenido de los discursos que se iban a preparar, porque el eje de la contracumbre debía ser el rechazo al proyecto de los Estados Unidos de crear un Tratado de Libre Comercio para toda la región.
Las ideas esbozadas por Silvio Rodríguez, D’Elía las volvería a escuchar esa misma noche en boca de Fidel Castro, el viejo, interminable Fidel, en una oficina del Consejo de Estado cubano. D’Elía contaría luego que el líder de la isla lo recibió con una inquietud.
–¿Y cómo anda El Tambo? ¿Habrá sido así? ¿El indestructible Fidel, el tipo que desde esa pequeña isla había desafiado al mundo durante más de cincuenta años, le preguntó realmente por el humilde Tambo de La Matanza? Digamos que es posible, que es un viejo truco de los líderes mostrarse interesados en los pequeños mundos de sus interlocutores.
Pero además no hay testigos que puedan desmentirlo, así que nos conformaremos con el relato que más tarde haría D’Elía para todos los suyos. Digamos que Fidel le preguntó por El Tambo y luego, sí, le contó que Kirchner lo había sugerido a él para organizar la contracumbre y que para eso lo habían citado, porque debían ajustarse logística y contenidos.
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