Desde la experiencia de Mauricio Macri en Boca, la conducción de clubes de fútbol se convirtió en un outlet ventajoso de la política nacional. Porque puede funcionar como vidriera y trampolín para la gran escena, en caso de que el equipo marche aceptablemente. Los más predispuestos a intentar ese ascenso desde la pasión futbolera, que a la vez apunta a un blanqueo de la imagen, son los desprestigiados dirigentes sindicales.
Después de que Hugo Moyano se consagrara presidente en Independiente, Daniel Amoroso y Víctor Santa María intentarán la misma aventura en Racing y en Boca.
Tras diez años de paritarias y aumento del empleo formal, los sindicalistas ganaron visibilidad, margen de maniobra y ambición política. Algo ajenos a la realidad del 35% de trabajadores en negro, e indiferentes a la dispersión de las distintas centrales, los gremios mejoraron sus contabilidades durante el ciclo kirchnerista.
En consecuencia, algunos secretarios generales pretendieron exceder el ámbito gremial y hacer pie en la política, con cargos y bancas propias. De ahí surgió el choque y posterior divorcio entre Hugo Moyano y Cristina Kirchner.
Así, si bien existen antecedentes históricos como el de Juan Destéfano (UOM) en Racing, el dirigente del tabaco Roberto Digón en Boca, y Luis Barrionuevo en Chacarita, pertenecer a la comisión directiva de un equipo grande se volvió una escala posible hacia un mejor casillero. Con el agregado de que es mucho más fácil acceder a un cargo de club, que ganar una elección abierta. Después de la gestión de Javier Cantero, con descenso incluido, a Moyano le bastó con sacar 5.719 votos para ser presidente. Se consagró en un micromundo de pequeñas roscas, negocios y lealtades. Su lista de “unidad” además le sirvió para aceitar su red de contactos: incluyó cargos en la comisión para el legislador macrista Cristian Ritondo; el ex subsecretario de Transporte del kirchnerismo Ricardo Cirielli, hoy opositor y secretario general del Personal Aeronáutico; y hasta un dirigente cercano al secretario de Seguridad Sergio Berni, como Carlos Montaña.
La inclusión de Ritondo fue un gesto hacia Mauricio Macri, dentro de la estrategia moyanista de apostar por distintos presidenciables sin jugarse por ninguno. El acercamiento entre Moyano y Macri quedó expuesto en el nuevo sponsor de la camiseta roja: tras la rescisión del contrato con la empresa TCL, Moyano cerró trato con el Banco Ciudad a cambio de cinco millones de pesos hasta diciembre.
En el otro rincón de Avellaneda, el jefe del sindicato de trabajadores del casino, Daniel Amoroso, ex legislador del PRO, después denarvaísta y hoy cercano al massismo, irá en diciembre por la presidencia de Racing. Y aunque no la tendrá fácil contra Víctor Blanco, actual presidente apoyado por el titular de la Anses Diego Bossio y el ministro Julio Alak, este eterno aspirante a jefe de Gobierno porteño ya probó su capacidad económica al empapelar Capital y Avellaneda con su cara sonriente y el lema “Con Amoroso, Racing Puede Más”.
En Boca, por su parte, el titular de los porteros, presidente del PJ porteño y de Sportivo Barracas, Víctor Santa María, competirá con el macrista Daniel Angelici. Ex albertista y muy hábil para hablar los distintos lenguajes de la política (el de la ortodoxia sindical, el progresista, el sciolista, el de la necesidad de caja y el de los medios), Santa María buscará cerrar filas con el kirchnerismo y gremialistas de distintas centrales. Dueño de la AM 750, del diario Z y de la revista Caras y Caretas, Santa María no descarta rumbear a la jefatura de Gobierno desde la vidriera xeneize. Su principal desafío es sobreponerse al doble estigma de ser sindicalista y, según concluyó el focus group de una encuestadora que trabaja para el Gobierno, representar a un gremio poco estimado por los porteños.