POLITICA

"Néstor, no me dejes"

Olga Wornat reconstruye la muerte de Kirchner.

Despedida nacional. El cuerpo del ex presidente fue velado en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos del Bicentenario de la Casa Rosada, donde miles de argentinos lo lloraron.
| Telam

No me dejes, por favor. Vas a poder…”, murmuró Cristina, inclinada sobre el cuerpo inmóvil de su compañero de vida y militancia. El llanto que brotaba de su pecho inundó su rostro y un abismo se abrió bajo sus pies. La imagen de la Presidenta era desgarradora. Una mujer en su estado de dolor más primitivo, frente a la muerte de su esposo. El hombre que la conocía mejor que nadie, el padre de sus hijos. Mientras lo acariciaba y lo besaba, miles de imágenes pasaban a gran velocidad por su mente.

Treinta y cinco intensos años de vida en común se terminaron definitivamente en la fría sala del hospital José Formenti, de El Calafate. No eran poca cosa, era casi todo. Había vivido más de la mitad de su vida con Néstor. Los médicos no tenían palabras de consuelo. Isidro Bounine y Pablo Barreiro, los fieles secretarios privados de Cristina, tampoco.

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No existían palabras.

Todo comenzó al amanecer, en el dormitorio de la residencia. Esa mañana, Néstor Kirchner se despertó a las siete, como era habitual, pero a los pocos minutos se sintió mal. Se acostó nuevamente. Según dos fuentes directas, Cristina llamó angustiada al médico Benito Alen González, de la Unidad Presidencial –Luis Buonomo, el médico del ex presidente, estaba en Buenos Aires–, y el ex mandatario permaneció recostado.

Diez minutos antes de las ocho, se incorporó, se sentó unos segundos en el borde de la cama y se desvaneció, con un fuerte espasmo en el pecho. Cayó sobre la mesa de luz. Cristina corrió hasta la puerta del dormitorio y pidió una ambulancia a los gritos. Néstor, inmóvil, no daba señales de vida. La ambulancia llegó a los cinco minutos y en la casa todo era caos y desesperación.

Cuando lo ingresaron en el hospital, su corazón no reaccionaba. Cristina le susurraba entre lágrimas y apretaba sus manos, pero “Kirchner” no respondía. Los esfuerzos de médicos y cardiólogos que durante cincuenta minutos bombearon desesperadamente su corazón, al tiempo que le inyectaban drogas en las venas, fueron en vano. Ningún esfuerzo tenía sentido, porque había llegado sin vida. Néstor Kirchner murió en los brazos de su compañera.

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