O nadie leyó bien el discurso presidencial del 9 de julio o los opositores fingieron entusiasmarse para no quedar en offside y catalogados como políticamente incorrectos, pero lo cierto es que las primeras impresiones sobre la propuesta de diálogo fueron de buenas para muy buenas. Cuando pasaron las horas y en el orejeo se le vio la pata a la sota, buena parte de ellos comenzó a zapatear porque nada parece que ahora será como lo suponía, lo que ha convertido a la propuesta casi en un calco de lo que consideran es el manual kirchnerista del desapego a las reglas de juego.
Algunos dicen que se abstendrán y otros que concurrirán al convite, con lo cual el oficialismo acaba de ganar una segunda batalla, la de una eventual división del frente opositor. La primera fue la de retomar la iniciativa política, para volver a fijar la agenda.
Después de que se habían llenado la boca con las palabras "diálogo" y "consenso", ¿quién le podría decir que no a una convocatoria presidencial que pivoteara sobre economía, democracia y sociedad? Y ante esa especulación muy cierta, Cristina Fernández hizo aquel día en Tucumán una pieza oratoria de alto vuelo, improvisada en las formas, pero friamente calculada en lo central. Más allá de las veladas advertencias que realizó la Presidenta sobre las nuevas formas de golpes de Estado y bien interpretada, la propuesta no dejaba dudas en cuanto hacia dónde iba, sobre todo cuando recordó que ella era la responsable de la gestión.
En primer término, se impulsa la búsqueda de un diálogo económico y social de corporaciones, en línea con la vieja práctica peronista de las tres patas (empresarios, sindicalistas y Estado) que sirva para aplanar los lobbies y para moderar pedidos sectoriales.
En este grupo, pese a que Cristina nombró al campo, deberían estar los dirigentes ruralistas que le inflingieron al Gobierno la dura derrota de la Resolución 125. Pero, hasta ahora, nada indica que ocuparán un lugar en la mesa de las demandas.
Luego, en el marco de lo que se definió como un diálogo político generoso y sin límites, se abrió la invitación a todos los partidos con representación legislativa, pero para avanzar, en medio de cierta anarquía de ideas, únicamente en una reforma electoral que había sido abandonada en tiempos del kirchnerismo.
Hasta ahora, la oposición que cuenta, la que ganó las elecciones de junio, se queja de que tendrá vedado hablar de leyes económicas y de aportar sus propias propuestas en cuestiones centrales, ya que los compartimentos serían estancos. En este aspecto, los partidos disponen del arma legislativa para negociar y hacerse oír en temas de fondo, económicos y sociales, como va a ocurrir, por ejemplo, con la renovación de la potestad del Ejecutivo de aplicar retenciones a las exportaciones que vence y debería renovarse, entre otras cosas, el 24 de agosto, antes de llegar a la conformación de las nuevas Cámaras, en diciembre.
El oficialismo, mientras tanto, sigue ganando tiempo, aunque la dinámica de la crisis económica puede generarle nuevos y sucesivos sustos.
Si el nuevo ministro de Economía, Amado Boudou no logra recrear pronto la confianza para conseguir fondos en pesos y en dólares y para que no se sigan fugando capitales, las inversiones que deberían ayudar a la creación de empleo seguirán sin aparecer, con lo cual la mesa de los tres sectores volverá a ser, una vez más, una estupenda expresión de deseos.
(*) Agencia DYN