"Argentina es un misterio" razona Mujica. "Los argentinos no se saben querer". Ese es el misterio. Y vaya carga extra que portamos. Demasiado para el body. Imaginar a Dios. Rastrear el gen. Descifrar el chip. Y a esto tener que sumarle el fracaso de no saber querernos. Porque es cierto. Como también que vivimos entre nabos y patotas.
El desamor argentino debería ser tema excluyente de algún congreso piola. Daría lustre y verdad. Generaría confianza. "Primer país del mundo que trata de quererse" titularía Le Monde. Y quien dice que los 199 países restantes no sinceran su ombligo, miran su espejo y acabamos pioneros de la armonía universal. "Argentina echa las bases de Humanidad" (The Times).
Es que es una especie loca ¿Cómo, si no, se explica un Kirchner?. Nos pasamos la vida haciendo clic al Yo, para abrirlo y ver si seguimos estando en él. Nunca mirando al río humano de yos que cojean, cartonean, vivaquean a la espera de que alguien suspenda el desespero. No hay ministerio para eso. El Modelo no lo incluye. Carta Abierta lo sobrevuela desde las categorías. Y la "naba" Aurora es más de recitar que de actuar.
El último "nosotros" querible argentino floreció fundante en conventillos urbanos, chacras de extramuros y colonias del interior. Nunca el Poder fundó un Nosotros. Estar en uno y alejarse un rato para verse reflejado (y compartido) en otro no es programa para la moda rateril que nos viene del comienzo.
No es fácil que se propague el amor social en Canalla City. No hay modo de situar a la ley delante de los actos de sus ciudadanos. Se la mantiene en reserva, detrás de lo que pasa, para activarla según sea la talla del interés en pugna. Con nuestra historia pasa igual. Es un borrón. Tanto la más reciente como la fundacional.
Si a cien argentinos se nos preguntara por el origen del país, ocho arrancaríamos de 1810: Cabildo, paragüas, escarapela, French. Puede que algunos se “alejen” hasta 1806 y 1807 (y esto solo porque “ganamos 2 a 0”). Y poco más. Es así como amputamos la mitad de nuestra biografía: 200 años coloniales que si bien no eran todavía “la patria” fueron su antesala. Dos siglos de curioso magma de indios, íberos, criollos y negros que sin saberlo iban cuajando en el norte (Salta y Tucumán) una pujante realidad y más al sur un biotipo rioplatense propio.
Daniel Larriqueta llamó a este inmenso abandono de nosotros mismos “la patria renegada”. Impecable adjetivo para una desidia que no cesa. Técnicamente bien podríamos ser calificados de “renegados”. Lo mereceríamos. Lo somos. Quizás este ocultar la mitad de nuestra vida (1536-1800) podría ser el origen de nuestra precariedad actual. Sensación ambiental que yace solapada, bajo anestesia.
Como de país nacido "in vitro", al modo de hongo súbito. Descalabro temporal por el que no ejercemos la memoria y metemos en la misma bolsa los ayeres del mundo. Hay latente entre nos la idea plana de que nada hubo previo a nosotros. De que Big Bang, Sócrates, Cristo, Imperio Bizantino, "empezaron" en 1810. Vivimos tapados por nuestro inflado yo. Nos negamos a reconocer que somos mayores que la edad que confesamos. Nos disgusta crecer. Este capricho no da para más.O empezamos a querernos o se viene la noche.
(*) Especial para Perfil.com