La clase política dirigente, lejos de la modernidad, constituye hoy por hoy un verdadero arquetipo de las sociedades primitivas. Constituido en uno de los más acérrimos defensores del modelo pseudo-productivo, sostuvo durante años que la crisis de fin de siglo XX era debido a la sumisión de la política a los mandatos económicos. La política, a su entender, debía asumir el rol de la conducción del Estado y disponer a su antojo de la vida, el honor y el patrimonio de millones de argentinos.
Los hechos posteriores al golpe de Estado de diciembre de 2001 y la penosa realidad actual, demostraron una vez más, el error conceptual de tamaña afirmación.
Un verdadero paradigma de la irresponsabilidad y de la adolescencia que escapa a cualquier nivel de imaginación, nuestro arquetipo campea sobre una Argentina cada vez más confundida y aislada donde los pronósticos más optimistas coinciden en que el país se aproxima a una nueva crisis.
A esta altura, nadie se anima a proyecta un escenario posible. Pero veamos qué nos rodea. La inflación, el conflicto con el sector rural, y la consecuente caída de los activos financieros no son otra cosa que la consecuencia palmaria de una crisis fiscal de proporciones.
El exceso de gasto, la emisión monetaria y la abultada presión fiscal global resultan asfixiantes.
El deterioro del tipo de cambio frente a la inflación demuestra que el modelo pseudo productivo ya culminó toda su fase extractiva y ahora necesita de un nuevo impulso cambiario para retomar la iniciativa. Una inflación rebelde pone en jaque a la economía en su conjunto y manda a la pobreza a miles de argentinos.
El enorme peso de los servicios e intereses de la deuda obligan a la administración Kirchner a redoblar los ingresos y en la desesperación, la lleva a cruzar la frontera de la tolerancia, de la lógica y de la proporcionalidad. La disputa por las retenciones, los precios máximos y el cierre de las exportaciones son otros síntomas de la patología aguda que afecta a la economía argentina.
Todo este escenario no se hubiese configurado de no haber forzado a la economía más allá de sus posibilidades y creando una ficción montada en bonanzas estacionales y circunstanciales como lo son los precios de los commodities exportables.
Desde un punto de vista estratégico, es una verdadera grosería sostener toda la estructura de un país sobre elementos tan volátiles como los commodities. No se trata de productos sofisticados, o de elevado contenido tecnológico, de alto valor estratégico. No, todo lo contrario, son apenas productos primarios que se consiguen en cualquier parte del planeta y donde abundan los proveedores. Con un agravante, para la Argentina. Como consecuencia de la crisis financiera internacional, los commodities son utilizados por los fondos de inversión como apalancamiento de sus carteras, creándose una burbuja especulativa sobre sus precios. Y como no podrá ser de otra manera, la burbuja cumplirá con su sino lógico y fatal: la explosión. Un escenario devastador para el frágil modelo “K”, habida cuenta de la carencia de apoyo externo.
En efecto, en las últimas horas asistimos a un virtual aislamiento del país, como no se había conocido desde la crisis de 2001.
La crisis con los productores rurales amenaza con paralizar el principal motor de la economía, reduciendo las perspectivas de un mayor superávit de cuenta corriente y de la capacidad de repago de la deuda pública.
El congelamiento de los títulos públicos por parte del juez de Nueva York, Thomas Griesa, azuzó nuevamente las aguas y los fantasmas de un nuevo naufragio aparecen en las principales administraciones de carteras en Manhattan. Para saber cual es el camino que deberá enfrentar la Argentina, resultan por demás elocuentes las palabras del juez Griesa, en la audiencia del martes, al dirigirse al letrado patrocinante de la Argentina: “Usted representa una parte que está equivocada. Su cliente se niega a pagar sus deudas y eso está mal. El país puede pedir préstamos ¿por qué simplemente no paga sus deudas?".
Las perspectivas de similares resultados judiciales en las demandas encaradas por los “Hold-out” y por las empresas extranjeras ante los tribunales del CIADI, terminan de conformar un panorama preocupante.
La paupérrima perfomance del gobierno a nivel internacional deja al país indefenso. En su última actuación, la administración regente colocó a la Argentina, en el campo diplomático y financiero, al lado de países subsdesarrollados del Africa y de la Micronesia, al término de la reforma más democrática que encaró el FMI en su historia.
Pero hay más. Como consecuencia de la suba del precio de los commodities y de la fijación de retenciones, la Argentina ha sido señalada por las Naciones Unidas como responsable de provocar una tragedia humanitaria condenando a la hambruna a millones de personas. La ONU imputó al país junto con países subsdesarrollados del sudeste asiático.
Para colmo, las remotas posibilidades de una eventual llegada de capital se esfumaron rápidamente ayer cuando Standard & Poor's elevó al nivel "Investment Grade" a la deuda soberana del Brasil, merced al cumplimiento de sus obligaciones, su disciplina fiscal y su crecimiento sostenido. Una verdadera cachetada para la administración argentina.
¿Cuál es la respuesta ante estos graves hechos? Un aumento de la deuda pública, para financiar la construcción del “Tren Bala”, un verdadero mamarracho faraónico por el cual se van a despilfarrar 4.000 millones de dólares.
Una vez más, la culpa es del mundo y no de la Argentina. La clase política achaca la responsabilidad de todos los males al FMI, al Banco Mundial, a los acreedores, al Consenso de Washington y a todo otro ente con signos xenocromáticos.
Ahora, aislados del mundo, por torpeza más que por convicción, nuestro arquetipo obsoleto, se mira el ombligo y le apunta a los productores agropecuarios, a los banqueros, a los industriales, a los profesionales y a todo signo de iniciativa individual.
Extraído de un ambiente protohistórico, imbuido de un claro espíritu corporativo, desde concepciones unívocas, con un poder de destrucción temible y con un comportamiento de manada, nuestro arquetipo parece encajar más en los confines del universo ionescano que en el mundo moderno ¿Habrá alguien que resista?