Cualquier productor de televisión sabe que si se juntan en la Plaza de Mayo miles de personas con carteles y cacerolas, es nota. Más nota aún si las otras veces que sucedió tuvo consecuencias. Sería nota incluso para decir que no eran tantos como las otras veces (aunque tampoco fueran tan pocos). Pero no fue nota. Cualquier productor de televisión también sabe que se cubre el más mínimo corte de cualquier avenida porque, además del servicio de tránsito, las protestas son ideales para las cámaras por ser escénicamente atractivas. Pero este cacerolazo en Plaza de Mayo –que tenía todo el cotillón: personas disfrazadas de dólar, jóvenes con máscaras de los indignados, carteles con distintos grados de creatividad– se ignoró.
No hay disculpa técnica, siquiera inverosímil, como aquella de Hadad de que se había terminado el horario del programa. Los canales de noticias son precisamente de veinticuatro horas de noticias para transmitir en directo todo lo relevante que sucede.
Me cuesta creer que un periodista de raza como Héctor Ricardo García, el creador de Crónica, haya perdido el reflejo de enviar una cámara a la Plaza de Mayo. Algo lo sujeta, lo mismo que a los experimentados periodistas que a esa hora estaban con sus programas en C5N, Canal 26 y América 24.
Paradójico, ¿no?, fue justo el jueves, cuando se festejaba el Día del Periodista. Pero los periodistas no tienen la culpa. Tampoco son victimarios la mayoría de los dueños de los canales: ellos mismos están disciplinados por las dificultades económicas (en Crónica TV hubo huelgas porque no se pudieron pagar los sueldos) que la misma publicidad oficial creó, porque una vez que los medios cuentan con esos ingresos del Estado se acomodan a gastar en esa proporción y luego, con sólo retrasarles los pagos de la publicidad oficial, el Gobierno puede hacerlos quebrar.
Todas las escuelas de negocios del mundo enseñan que no se debe tener ningún cliente ni ningún proveedor que sea excluyente porque se termina esclavizado por él. Las empresas deben preocuparse si un solo cliente representa más del 10 % de sus ventas, porque su alejamiento haría terminar toda la rentabilidad de la empresa. Pero en los canales de noticias esto es imposible porque, hace poco más de cinco años, los diez principales anunciantes eran privados: una aerolínea, una petrolera, dos compañías de electricidad, una de agua, un correo y cuatro AFJP.
Hoy aquellos diez anunciantes son estatales o van camino de serlo: las AFJP absorbidas en la Anses, Aerolíneas Argentinas, el Correo, Aysa, YPF y todo indica que pronto les tocará el turno a Edenor y Ede-sur. Más del 50% de la publicidad de un canal de noticias proviene del Estado. Y mientras no se cumpla el fallo de la Corte Suprema que ordena al Gobierno no discriminar con la publicidad oficial, éste podrá hacer, por ejemplo, que no existan las cacerolas, aunque existan.
La Argentina goza el privilegio de tener cuatro veces más canales de noticias que España, tres veces más que Brasil y dos veces más que EE.UU. Pero, ¿en qué contribuye a la pluralidad y al acceso a la información que haya cinco canales de noticias si cuatro tienen vedados determinados temas?
Lo que sucedió el jueves con los cacerolazos en Plaza de Mayo es un preocupante anticipo sobre que el fin declamado al promulgarse la Ley de Medios no será cumplido cuando ella entre en vigor plenamente, dentro de sólo seis meses.