El director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, respondió por escrito un cuestionario sobre el papel tanto instituyente como destituyente del campo durante el conflicto entre los ruralistas y el Gobierno en 2008, reavivado recientemente. El texto no era para publicar sino que era parte de un trabajo para el seminario “Ambitos sociales, institucionales y comunitarios en la construcción y transformación de la subjetividad”, dictado por el profesor Cristian Varela dentro de la Maestría de Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que el director de PERFIL cursó.
Las preguntas fueron construidas con textos de La institución en la dialéctica de Sartre, que Varela produjo para la Universidad de París en junio de 2009, y del mismo Varela el libro La institución argentina.
Tanto el cuestionario como las respuestas tenían un fin académico, fueron combinadas antes de que el tema del campo volviese al centro de la escena y tenían una perspectiva histórica.
Pero la huelga rural hizo que este texto universitario tuviese valor periodístico, que se publica con expresa autorización tanto de la cátedra del seminario como de Horacio González, quien pide que se aclare que sus respuestas fueron escritas a “vuelapluma”.
—¿Podríamos afirmar, en relación con los días de la 125 y del conflicto con las patronales agrarias, que 150 años después de los escritos de Alberdi (en “Bases”) persiste una tendencia que retrae lo público hacia lo individual y deshace la unidad en particularidades?
—Creo que el conflicto en torno a la Resolución 125 contenía tanto potencialidades escisionistas (respecto del Estado y la nación) como individualistas y particularistas, propias del productor atomizado del mercado que no percibe las complejas intervinculaciones del proceso real de producción. Es conocida la fuerte intermediación de empresas que poseen tecnologías de sembrado y monopolio de semillas, que son parte del brusco cambio de la cultura agraria argentina.
Este nuevo tipo de explotación agrícola y de una extraordinaria diversificación de las posibilidades de obtener nuevas lógicas de rentabilidad alberga tendencias centrífugas respecto al Estado-Nación. Es adecuado recordar a Alberdi, quien pensó este y otros temas, en su época, pero a la luz de premisas fuertemente constitutivas (en lo constitucional y en lo productivo) que presuponían una unidad territorial, moral e intelectual de la Argentina.
Esto estaba lejos del liberalismo, que partía de la autonomía rentística de los sectores sociales. Al contrario, Alberdi parte del examen del sistema rentístico desde un punto de vista de un liberalismo universalista, que hoy nos puede resultar bastante ingenuo, pero contenía la idea de un “mundo real” basado en fuerzas económicas y libertades efectivas emanadas de la división del trabajo internacional, tan alejado del “individualismo posesivo” como de un agrarismo utópico-capitalista sin Estado.
Si bien su héroe es el ingeniero Wheelright y no los soldados de la independencia –cuya fase militar había concluido–, no se privaba de postular otros núcleos simbólicos que, junto a su confianza en la “globalización” –palabra que no emplea–, implicaban una nación entendida no meramente como una suma de individuos, sino como un drama colectivo de libertades.
—¿El reciente cacerolazo en protesta por el aumento de la valuación inmobiliaria en la provincia de Buenos Aires refleja algún punto de continuidad con el de la 125 de hace cuatro años?
—Indudablemente, sí. Por más que esta acción siempre corona en algún tipo de reu-nión pública (por ejemplo, en las esquinas de Callao y Santa Fe o de Coronel Díaz y Libertador), tiene un potencial disolutorio de la misma condición ciudadana. Las que practican el cacerolazo –me exime de los heterogéneos ejemplos históricos recientes que le dan más colores a este acto– son esencialmente personas unidas por el mismo vínculo que une a los televidentes entre sí.
Eso es: la ilusoria creación de grupos fugaces que establecen una circulación de signos de descreencia sobre lo público-estatal. ¿Por dónde circulan? En primer lugar, por la red televisiva adversa al Gobierno, por una razón más profunda que los desa-cuerdos compartidos por tal o cual política oficial, sino porque revelan un nuevo tipo de subjetividad alegórica. La llamo así porque, por más que proviene de sentimientos que caracterizaríamos como “de clase”, hay un desfondamiento interno de esta noción, pues ahora son una suma de signos que está a la espera de que se consume la receptividad social.
En este sentido, son una continuidad pero también una discontinuidad respecto a los meses en que se debatió la 125, pues se mueven con fugacidad facciosa entre esquinas de barrios simbólicos (o a los que convierten en simbólicos) y la propagación que permite el móvil del canal televisivo que actúa como “síntesis de múltiples determinaciones”.
Todo esto no excede el cambio de los signos, pues carecen de nexos sociales fundantes; por eso son alegorías, pero introducen un elemento temible, como toda alegoría y, desde luego, tienen temibles potencialidades.
Son un aglomerado externo de signos en acción rápida, sintomática. Carecen de correlato social, en el sentido de algo inherente al sujeto activo, pero son formas pasivas que revisten un fuerte sentido de sustitución de las formas activas. Son formas de acecho, espera, circunloquio, digresión. Pero en su capacidad de remedo de los hechos de 2008, muy evocativas.