En la medida en que la democracia afirma el principio que la sustenta, la igualdad ante la ley , confirma que todos somos igualmente competentes para la política. Sin mayores requisitos que la edad y haber nacido en los lugares a los que se busca representar, la participación política es antes un derecho que una profesión y a nadie debiera sorprender que personas ajenas a la vida política decidan participar de las cuestiones públicas.
Pero si hasta para Albert Einstein, la política es más difícil que las matemáticas, debiera sorprendernos y preocuparnos la ausencia del debate público de cuya calidad depende la competencia política, en un país en el que la desconfianza corre suelta, existe desinterés por las cuestiones públicas y el cinismo “del todos son iguales” se enseñorea en los medios de comunicación. La cancelación del debate político, remplazado por los insultos, las descalificaciones, han devaluado esa esfera pública de las opiniones que son las que determinan la calidad de la competencia política.
Con una ciudadanía desinteresada y a la que se ofende en su capacidad de discernimiento por aquellos que se arrogan su tutela , las elecciones que debieran ser la gran oportunidad para que una sociedad se mire a si misma y decida hacia donde quiere ir , se han convertido en una gran disputa publicitaria, donde los creativos de la propaganda son más importantes que los candidatos y las mentiras de las encuestas se utilizan como medio de propaganda . El aparecer sustituye el ofrecer y la espectacularización de la política hacen de los debates una disputa mas parecida a las del cuadrilatero del boxeo, sin que los televidentes sepan que el compromiso no es con la calidad de la discusión sino con esa presión del “minuto a minuto”, ese “rating” de la televisión que en un punto termina equiparándose con las encuestas con las que busca legitimarse la política. Todas esas técnicas del mercadeo han ido diseñando perfiles de candidatos, a los que se pide simpatía antes que honestidad, que sepan comunicar antes que sean buenos gobernantes. La política en clave de telenovela como ironiza el colombiano Omar Rincón con gobernantes y candidatos que buscan antes ser queridos que ser buenos gobernantes.
En los ya siete años en los que decidí participar políticamente en las cuestiones públicas que antes me increpaban como periodista aprendí a reconocer la idea de que frente al descrédito de la política se cae en la tentación de buscar figuras socialmente reconocidas para que ingresen en los frentes electorales. Un grave error ya que nadie puede transferir lo que es propio, el prestigio o la credibilidad ganado en otra actividad. Es la política la que debe ganar credibilidad, la confianza de la ciudadanía, ya que la calidad de la politica es la que define la calidad de una democracia. Es la política la que debe cambiar esas reglas no escritas que en nombre de un pragmatismo ramplón redujeron el debate ,la negociación y el consenso a un vil intercambio de votos por favores. En su evolución, pareciera que entre nosotros, la política no salió del estadio del trueque.
Para no caer en lo critico, no me perturba que un actor llegue a la política. Sí me perturba que se utilicen todos los códigos del espectáculo, basados en la ficción y la ilusión, para concitar sentimientos de amor y adhesión de una ciudadanía a la que se reduce al voto de las elecciones nunca al ciudadano de pleno derecho al que se le debe garantizar una información transparente y honesta, con apoyos políticos y partidarios que se explicitan antes de las elecciones y no, como sucedió en Santa Fe, aparecieron luego como dueños de los votos. La calidad de la ciudadanía está íntimamente unida a la calidad de la información pública. Personas reducidas a electores nunca pueden ser ciudadanos. Si las elecciones deben ser libres, cuanto más deben ser libres las opiniones que son las que determinan la libertad de elección. Una opinión pública amedrentada a la que se le imponen las ideas, es antagónica a las elecciones libres. Como dice el teórico de la democracia, Giovanni Sartori, “un pueblo soberano que no tiene nada que decir de si mismo, un pueblo que no tiene opiniones propias cuenta menos que el dos de copa”. Resta saber que nos quieren decir los números detrás de los resultados electorales.
A treinta años de la democratización y a diez años de ese grito de furia del “que se vayan todos”, en un tiempo bisagra entre una cultura autoritaria que se niega a morir y una auténticamente democrática que no termina de consolidarse como cultura compartida , la política también se debate entre ser auténticamente nueva, garantía de derechos, basada en el respeto y la subordinación a lo que le da fundamento, la ciudadanía, o seguir siendo vieja en el caudillismo, el pragmatismo que confunde participación ciudadana con movilización. Aunque se nos presente como moderna porque utiliza las técnicas del omnipresente mundo de las imágenes y del ilusorio como querido mundo del espectáculo.
* Candidata a vicepresidenta por el Frente Amplio Progresista. Especial para Perfil.com