desde Roma
Antonio Di Pietro es el legendario fiscal que lideró las investigaciones de Mani pulite (“manos limpias”) en Italia. Con una habilidad investigadora muy fina y un gran talento teatral en el tribunal, fue el protagonista del megajuicio que hace 22 años develó el gigantesco y capilar sistema de financiamiento ilícito a través del cual empresas privadas financiaban a los partidos políticos y sobornaban funcionarios para adjudicarse los contratos para realizar obras publicas. El escándalo sacudió el sistema político italiano de los años noventa y causó un terremoto en la clase política y empresarial italiana. Aceptó de hablar con Perfil de su experiencia como investigador anticorrupción en una calurosa tarde de verano, mientras trabaja en el campo, arriba del tractor. “¿Para Argentina? Sí, con mucho gusto, déjeme bajar de acá y hablamos”.
—¿Cual fue la importancia de mani pulite?
Fue la gran ocasión para hacer un diagnostico serio de la enfermedad social que estaba desangrando a Italia. Demostramos que las empresas que trabajaban para el Estado, pagadas con dinero público, eran sólo las que pagaban ilegalmente a partidos políticos o funcionarios públicos. ¿Por qué esto es tan grave socialmente? ¿Por qué enferma al país? Porque tiene dos gravísimas consecuencias: no sólo los precios se inflan sin medida por causa del sobreprecio, y lo que cuesta dos se termina pagando siete, con dinero público, sino que se va formando una clase dirigente económica y política que no es la más capaz, ni la que mejor sabe responder a los intereses del país, sino la que mejor sabe perseguir su interés individual. El mérito en Italia desapareció hace tiempo como criterio de selección. Avanzan y sobreviven los más hijos de puta, no los mejores. Esto enferma a la sociedad y la empobrece porque el sobreprecio de las obras públicas se paga con el dinero público, o sea lo pagamos todos y cada uno de nosotros. Ahora, después de tanto tiempo, se entiende claramente que mani pulite sólo diagnosticó el mal, no curó al país, no lo sanó, porque el sistema de corrupción fue tan capaz de reaccionar que encontró vías de escape y nuevos sistemas para autorreproducirse.
—Sin embargo, algo pasó para que toda una clase política haya desaparecido del mapa. ¿Le parece poca cosa que partidos enteros hayan explotado, que algunos grandes personajes políticos se hayan retirado?
—El sistema de corrupción sobrevivió. El intercambio ilícito, o sea el pacto ilegal entre el empresario y el político, sigue como antes, y más que antes. Miren lo que está pasando con el escándalo del Mose en Venecia (N.d.R.: la obra pública de alta tecnología, nunca realizada, para evitar que el agua alta dañe a Venecia). Fue aprobado un proyecto de dos mil millones de euros y ya se llegó a seis mil millones. Mani pulite fue un terremoto que sacó a la luz un sistema oculto y terminó, paradójicamente, seleccionando a la mejor especie de los ladrones. Los más talentosos sobrevivieron, se inventaron sistemas nuevos. Los peces pequeños, los más ingenuos, o los peces grandes menos afortunados, terminaron en las redes de la Justicia. Los más listos, los más poderosos, los más peligrosos, lograron escapar. Y se reprodujeron. ¿Cómo lo lograron? Son muy listos. Supieron conseguir que fueran perseguidos los médicos en lugar de la enfermedad. La criminalización de algunos jueces fue una herramienta muy útil a este fin. Algunos jueces terminaron alejados, alguien murió. Pasaron veinte años y yo todavía tengo que cuidarme de con quién hablo.
—¿Cómo fue posible empezar mani pulite? ¿Cómo pudo un grupo de jueces ser independiente de la política al punto de lograr llevarla ante un tribunal?
—Acá hay un malentendido que es muy importante aclarar. Mani pulite no fue una investigación contra la corrupción, contra los políticos corruptos. Fue una investigación contra el delito de falsificación de balance, o sea la falsificación de las cuentas de la empresa. Esta fue la llave para sacar a la luz la corrupción de los políticos. La investigación salió de una idea muy simple, muy campesina. Nos dijimos: la relación entre el empresario que corrompe y el político que recibe ilegalmente el dinero es un matrimonio de interés, entonces se puede romper. La unión de interés no es inviolable. ¿Cómo se rompe? Rompiendo el pacto de omertà (código de silencio de la mafia siciliana). Hay que lograr que a uno de los dos le convenga más contar la verdad que quedarse calladito. Fue entonces cuando pensé en perseguir la manipulación de las cuentas. Es necesario disponer de dinero en negro para sobornar. La idea fue: vayamos buscando todas las falsificaciones de balances y desde ahí encontraremos uno a uno a todos los corruptos porque, una vez descubierta una cuenta negra en una empresa, el que es incriminado es el empresario que, a este punto, tiene todo el interés en explicar el origen de este dinero y su destino. Así rompí la omertà, encontrando el interés de uno de los dos en hablar.
—¿Qué herencia dejó mani pulite?
—La gran esperanza de que todo podía cambiar. Sin embargo, fue una ilusión. Los italianos creyeron que dejando de lado a los partidos políticos tradicionales y las viejas ideologías sería posible cambiar todo. Que habría cambios si se votaba a grandes personalidades, a supuestos expertos, a gente sin vínculos directos con los partidos políticos. Pero lo que sucede es que uno vota a una persona notoria, pero quien acaba yendo a las instituciones son los que son elegidos en nombre de esa persona. Y todo empieza como antes.
Consejo a los argentinos: “Aprueben una ley contra el autorreciclaje de dinero”
—¿Argentina puede vivir algo parecido a mani pulite? ¿Qué camino les aconsejaría a los argentinos si quieren sacar a la luz un eventual sistema de corrupción allá?
—Recomendaría con todo corazón la que es la mejor arma contra la corrupción: una buena ley contra el crimen de autorreciclaje de dinero. Si Argentina quiere encarar el problema de la corrupción con esperanza de éxito, lo primero es recomendar a sus legisladores que le ofrezcan al país una ley eficaz contra el autorreciclaje de dinero. Nosotros, los jueces de mani pulite, lo venimos diciendo desde 1994. Es muy sencillo: si existe un funcionario público que gasta más dinero de lo que a la luz del sol ganó, tiene que ser obligado por ley a explicar de dónde sacó esta plata. Si no lo hace, automáticamente se le aplica el crimen de autorreciclaje y termina acusado.
Los argentinos, para evitar nuestros errores, podrían estudiar el caso italiano. Miren lo que pasó acá: mani pulite basó su investigación sobre el crimen de falsificación de balance. Y los políticos votaron más tarde la anulación del delito de falsificación de balance. O sea, borraron el crimen en lugar de perseguir a los culpables.
Nosotros utilizábamos la figura de “concusión por inducción”, o sea toda la serie de presiones que acaban por llevar a la corrupción, y resulta que tampoco es más un crimen en este país. Y, como si fuera poco, redujeron los tiempos de la prescripción. Hoy conviene delinquir en Italia, éste es el problema.