Qué barato es escupir sobre la cara de Sergio Schoklender! La gente hace cola para salivarlo. Políticos, periodistas, doña Rosa, don Ramón, piden turno para ser reporteados e insultar a este nuevo canalla. Su madre adoptiva pide que lo juzguen y castiguen por traidor. Dicen que tiene la mente podrida. Diagnosticadores improvisados nos recuerdan que es un perverso. ¡Psicópata!, agrega un señor indignado. ¡Parricida!, exclama el doctor Eduardo Duhalde. No falta nadie, estamos todos de acuerdo: Sergio Schoklender debe ser linchado. Lamentablemente no se puede, no hay soga. Además, complicaría las cosas colgar a alguien para salvar los derechos humanos. Mejor usarlo. Ya que se usaron desde marzo de 2004 las organizaciones de derechos humanos para “construir poder” y dar el primer paso en la narración del “relato” kirchnerista de liberación, no hay por qué no seguir con la estafa ideológica y convertir este desfalco millonario en la obra tramada por un asesino serial que sedujo no sólo a su madre protectora sino a todo un gobierno, desde a un ex presidente hasta a la actual presidenta, a todos los miembros del Gobierno que lo abrazaron y lo felicitaron por ser el CEO de una empresa que les paga el sueldo a seis mil trabajadores y que levantó en un par de años la segunda constructora del país con el dinero de los fondos aportados gracias a los habituales descuentos de los salarios de los obreros en blanco, el de todos los consumidores que pagan el IVA, de las retenciones de los malditos oligarcas que no quieren la distribución de la riqueza, el de los felices contribuyentes de la Anses estatizada; en fin, lo que en nuestra jerga versallesca llamamos: el dinero del Estado. Mil y pico de millones de pesos de un emprendimiento del que aparentemente somos todos socios. Este hombre que ha sido protagonista de una historia que está en los anales de la criminología, que en años de cárcel se recibió de abogado y psicólogo, además de especialista en informática, fue uno de mis alumnos de la cárcel de Devoto en la materia Filosofía. Sus trabajos, como los de otros presos, eran excelentes. Muy superiores a los de los alumnos libres, o sueltos, de las facultades.
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