Terminadas las elecciones legislativas, la iniciativa política pasa al Gobierno, cuya principal figura, la presidenta Cristina Kirchner, está enferma y en reposo. La cuestión no puede ser más delicada para el oficialismo, que necesita como el agua que Cristina reaparezca pronto, antes de que las diferencias internas afecten a una economía que ya de por sí necesita varios retoques.
Luego de la derrota en los principales distritos electorales, ha quedado claro que no hay nadie en el gobierno nacional que pueda ni siquiera salir a explicar ese resultado. En ese contexto, fue el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, quien llamó para felicitar al ganador en ese distrito, Sergio Massa, y salió a reconocer el resultado adverso.
Hubo otros gobernadores que ganaron en sus distritos, pero al menos por ahora no tienen la envergadura de Scioli, que aspira a convertirse en el candidato oficialista para las presidenciales de dentro de dos años, pero tampoco puede sustraerse de la dura derrota en su provincia.
El reemplazante natural de Cristina, el vicepresidente Amado Boudou, es una figura decorativa debido a su imagen negativa y al poco juego que le han dado los propios colaboradores de la Presidenta en este interinato. La debilidad política del Gobierno en este momento crucial es una consecuencia del estilo hipercentralizado de Cristina Kirchner, que gobierna casi en soledad, rodeada de un grupo de fieles que no tiene ningún peso en sus territorios.
Mientras la Presidenta estuvo en su plenitud física, este estilo no era un problema político; ahora sí porque cuestiona uno de los puntos fuertes del kirchnerismo, que es su capacidad para gobernar el país. Precisamente, uno de los méritos de Néstor Kirchner fue haber reconstruido la autoridad presidencial. En un país como Argentina, la Presidenta ocupa el rol estelar del Gobierno y lidera la principal fuerza política del país. Por eso, su salud será la principal noticia de la semana que comienza.
(*) Editor ejecutivo de revista Fortuna y autor del libro "¡Viva la sangre!"
