Los supersticiosos le escapan al 13. No se casan ni se embarcan, y evitan tanto como pueden el número que indica, entre otras cosas que estiman fatales y evidentes, la cantidad de comensales de la Ultima Cena.
Pero, por mucho empeño que le pongan, no podrán evitar vivir todo un año bajo el signo de lo que consideran presagio de mala suerte.
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Este odio patológico al 13 tiene el curioso nombre de triscaidecafobia; quienes creen en sus efectos buscan paliarlos con una serie de artilugios anti-13, que van desde la repetición de un mantra hasta la multiplicación para neutralizarlo (¿a quién puede hacerle mal el 39?).
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