Para evitar los robos, Héctor Ribulgo pasa dos veces al día por el kiosco que tiene en uno de los andenes de la estación de trenes de Paso del Rey para retirar la recaudación. Las segundas y terceras marcas son las que más abundan en el humilde local, donde una sola persona se da maña para atender a la escasa clientela.
Ahora la Justicia puso la mira sobre el kiosquero. Los investigadores sospechan que es uno de los testaferros de uno de los hombres más poderosos de la era K: Ricardo Jaime, ex secretario de Transporte.
Quienes ven a Ribulgo todos los días hacer el mismo trayecto juran que es un hombre austero. Sin embargo, es dueño de una extraña empresa constituida en Uruguay que presta múltiples servicios financieros y que tiene una sucursal en la próspera San Luis.
Desde el jueves Ribulgo pasa una sola vez por el kiosco. Ese día el fiscal federal Carlos Rívolo pidió ampliar la indagatoria del ex funcionario kirchnerista por el supuesto delito de recibir dádivas, al menos en principio. Uno de los tres autos que utilizaba Jaime estaba a nombre de Damixtaren SA, la firma uruguaya en la que el kiosquero figura como “representante legal”.