Florencia Kirchner vive en línea recta con su madre, Cristina Fernández de Kirchner. Están cerca, pero las decenas de cuadras que las separan hacen que cambie el paisaje. Allí, en el barrio porteño de Constitución, Florencia convive con su hija de siete años, Helena, en un edificio de estilo francés con puertas enormes, mármoles, pisos de pinotea y dameros.
Mientras tanto afuera, suena el reggaetón y decenas de inmigrantes dominicanos se reúnen en el bar típico que sirve platos de su tierra. Consultados por PERFIL, acerca de si suelen ver a Florencia, cuentan que “sólo sale de noche cuando la vienen a buscar en auto”. La moza agrega que viene una persona de su confianza a quien “sólo manda a comprar café o gaseosas".
Todo un halo de misterio rodea a su figura y las voces de sus vecinos se asemejan a los de la vicepresidenta, quienes solo la ven salir raudamente con decenas de guardaespaldas y autos.
La joven llegó a esa casa cuando estaba en pareja con Camilo, el padre de su hija. El hijo de Fernando Vaca Narvaja se mudó luego de la separación. Siete años después, Florencia sigue viviendo en el mismo departamento. Sus posteos en las redes sociales la muestran con un espíritu llibre, con pequeñas blusas de seda y sus ojos cargados de delineador -como su madre en los setenta-.
Pero ese departamento tiene una historia particular: siempre cobijó personajes relacionados con la política. Se sabe que allí funcionó el grupo Sophia - semillero de políticos- que fundó el actual jefe de Gobierno Porteño Horacio Rodríguez Larreta en los noventa, y por los que pasaron la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, la ex Ministra de Acción Social Carolina Stanley y el ex Ministro de Educación Esteban Bullrich.
Años más tarde el departamento fue adquirido por el fallecido Secretario de Cultura de la Nación Jorge Coscia, quien se lo vendió a la sociedad Los Sauces.
La misma sociedad que hizo que Florencia Kirchner quedara envuelta en la mega causa judicial por el cobro de alquileres. Cuando Los Sauces se constituyó, Florencia tenía 12 años. El despropósito judicial tuvo sus consecuencias a nivel físico y emocional. Se enfermó, y tuvo que pasar meses internada en Cuba para tratar su linfedema.
Florencia tiene una extraordinaria condición que comparte con su hermano Máximo, es la hija de dos ex presidentes. Contra todos los pronósticos, su situación no es de privilegio, al contrario, su parentesco la puso en el centro de la escena y sufrió embates judiciales.
Escribe, graba y lee. Como dijo su adorada Virginia Woolf: “Toda mujer debe tener una habitación propia si va a escribir ficción”. Y Florencia la tiene. Es guionista, realizadora audiovisual y prefiere las lecturas feministas como Marguerite Durás y Julia Prilutzky Farny. Toma instantáneas de una vida rodeada de rosas, capitonés y "altares de libros", como ella llama a las innumerables pilas de libros que hay desperdigadas por la casa.
Recita poemas y sorprende; su voz es grave, algo familiar, pero dulce. Junto a Helena dejó grabado un video donde filosofan acerca de la muerte del abuelo mirando al techo. Florencia no quiere decirle a Helena que los muertos van al cielo, tampoco al infierno, no cree demasiado en ello. Prefiere explicarle que quedaron en un libro, un cuento en el que no se puede entrar. La literatura todo lo puede.
Como dijo a la Revista Latfem: "La literatura se convirtió en un lugar para habitarlo, cuando me encontré atacada y encerrada en mi casa".
Los años difíciles pasaron y Florencia ha encontrado su refugio en esa casa, donde "los libros son como altares".