SOCIEDAD

¿Diez años no es nada?

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Al cumplir 600 Semanas, escribir 2.500.000 de caracteres y un infinito de letras de arena, es visceral que regrese a la primera de ellas. En  ese entonces publicada en La Nación, y en instante histórico que parió por cesárea a un líder patagónico. Kirchner dejó el país como está: patas para arriba y patas abajo, según el color del cristal con que se lo mire. Va, entonces, el texto de aquella última semana de 2001. La del final de 2011 invito a que la "escriba" cada lector. Les agradezco el relevo. Y nos deseo buena suerte.

SEMANA 52 DE 2001

Por descuidar la realidad, a Luis XVI, a Nicolás II y a Fernando de la Rúa les sucedió lo mismo: abandonar un poder que suponían propio, irse a los tumbos y dejar como herencia  lo impensable. La furia de la semana 51 aun impide pensar. Y es urgente pensar. La cacerola (rotunda, terminante, sintética) exigió pronto regreso a la realidad. El Congreso (difuso, palabrero, indeciso) le dio la espalda. Y así, por solo 31 votos (y un escamoteo) contrajimos a “Speedy” Adolfo Rodríguez Saá.

Surgió de una opereta legislativa que no se televisó. En ella se armaría el clon que a su vez clonaría a un peronismo de rejunte. Lo alentó la presión de señoríos feudales, bancarios, sindicales y hasta furtivos lobistas, como el otrora Felipilllo el Rojo, hoy devenido protector de caudales. Dueño del tinglado, el PJ diseñó libreto, protagonista, resguardó para después lo más granado de su elenco y dejó hacer a un espontáneo. Así le fue: el puntano veloz como halcón copó el escenario e impuso su monólogo. En horas, su persona se convertía en fenómeno de necesidad y urgencia. Demostró lo obvio: en mitad de una revuelta el sillón de Rivadavia es un mueble de ocasión.

Y se sentó. Ahora cerramos año bajo su mandato y su cuidado. Rogando que no se estrelle  y nosotros con él. Kirchner tiene 60 días para tender un puente con el futuro. Pero delira con que el futuro es él. Extremista de centro, no pierde minuto ni repara en matiz. Exclama “hechos, hechos, hechos” y acapara realidad a manotazos. Zigzaguea, mezcla y desconcierta. No es de huir al sur como Cassidy Cavallo ni de vegetar como Fernando bajo el ojo pertinaz de Pertiné. Olfatea la magna licitación y la quiere para sí. Descree de prontuarios. Besa a Bonafini. Se exalta con Moyano. Libera del leprosario a Matilde Menéndez. Coincide con Ménem. Le moja la oreja a de la Sota. Cautiva a Verbitsky. Recupera al Tula. Sale ileso de un surrealista engendro de Hora Clave. Impone la tercera moneda. La respalda con el Obelisco. Desguaza Educación y Salud. Promete un millón de subsidios. Está lanzado. Su sonrisa portátil también. Un afiche (testicular y en amarillo) asegura que A.R.S. “Tiene lo que hace falta”. Es con “eso” que piensa echar abajo los topes de la Asamblea que lo ungió. Pero no es fácil. Su talón de Aquiles son millones de ollas en estado de vigilia. Si no  “para” la olla de la gente,  los plateados aluminios volverán a sonar bajo el balcón. El 2001 acaba con el país inmóvil. Sin circulación (dinero). Sin músculos (trabajo). Sin aire: (ilusión). En un mes, bajó la construcción (21%), la industria (11%), la recaudación (24%). Sólo la producción de soledad aumentó. Solos y solas son más que las  parejas: 30%.

Un tenso cable cruza de La Quiaca a Lapataia: el ex paraíso que se nos diera en sociedad. Hoy es una ciénaga. Los funámbulos son 37 millones. Con pánico, sin red, ni vuelta atrás. Y hay que poner a andar, de uno en uno y hasta que pasen todos (no unos pocos). Atrás (o debajo) están las ruinas del país estragado por Videla, Alfonsín, Menem y De la Rúa. Arriba, la voluntad de pie en la cuerda, y el futuro. Podemos. Debemos. Se requiere atención, firmeza y equilibrio: la  Constitución es la pértiga. Si se nos cae, ganará la ciénaga. Se viene encima el  2002. Tiene cara de toro. Pero es capicúa. Aprontemos la capa (y la copa) y digamos lo que dicen los toreros segundos antes de ingresar al ruedo:  “Que Dios reparta suerte”. Y que reparta.

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(*) Especial para Perfil.com.