Uno de los fenómenos singulares del siglo XXI es el número creciente de universitarios en el mundo, pues se estima que actualmente unos 180 millones de personas ocupan las aulas del nivel superior del sistema educativo. En Latinoamérica ese fenómeno es significativo, pues la población universitaria creció 12 veces en los últimos cuarenta años.
Problemas. A pesar de la importancia de esa evolución, tanto en el mundo como en la región se observan problemas. Uno es la tendencia a seguir carreras sociales y económicas, en detrimento de las carreras tecnológicas.
En Estados Unidos, sólo el 14% estudia ciencias, tecnología e ingeniería. En los países del G7 ese número crece al 23%, y en China alcanza la máxima proporción, con el 39% de los estudiantes. En Argentina, según la última estadística distribuida por el Ministerio de Educación, en 2011 el 27% de los estudiantes universitarios seguía carreras relacionadas con las ciencias básicas, aplicadas y de ingeniería.
Al compararnos en esta primera medición parecería que nuestra situación no es tan preocupante, y en base a ello podríamos cubrir las necesidades de desarrollo del país.
Sin embargo, hay que analizar el segundo problema universitario que ocurre en el mundo y en forma singular en la Argentina, que es la baja tasa de graduación. Son conocidas las estadísticas de tres psicólogos por ingeniero, o de sesenta ingenieros graduados por cada cien abogados.
Entonces, para entender nuestra situación universitaria debemos preguntarnos por qué tenemos tan pocos graduados en las disciplinas y cuál es la mayor demanda que se observa en el mercado laboral.
Los casi seis mil ingenieros recibidos por año nos indican una relación de un graduado por cada 7.600 habitantes-año. Indicador singularmente bajo frente al de los países desarrollados, que logran un ingeniero cada 2.500 habitante-año. Si a las vocaciones adecuadas de estudiar ingeniería les pudiéramos asociar una efectividad en la graduación, podríamos disponer de un número superior a los 10 mil ingenieros-año, con lo cual eliminaríamos totalmente los problemas de escasez que caracterizan la situación presente.
Analicemos con un poco más de detalle el problema. Nuestra tasa de graduación está en alrededor del 18%, o sea, casi uno de cada cinco alumnos que ingresan se reciben en los tiempos previstos de su carrera. En Estados Unidos, las universidades destacadas están en el 70% y las mediocres en el 20%; el promedio de ese país es de 31% en las públicas y 52% en las privadas.
Pocos graduados. ¿Por qué los estudiantes de ingeniería y de informática no se reciben? Son varias las razones que se encuentran para responder este crítico interrogante.
La primera es la dificultad de superar las carencias formativas y conceptuales que acarrean de un nivel secundario que enseña mal matemática y ciencias. Esto les genera cada vez más dificultades a los jóvenes y una frustración que les resulta difícil de superar, sobre todo en los primeros años. Sin apoyo o tutoría para atender tempranamente el tema, se transforma en deserción.
Otra razón es la rigidez de los planes de estudio en la relación de correlatividades, agravada en las universidades que no han adoptado cursos cuatrimestrales y en las que, en algunos casos, los “bochazos” implican la pérdida o demora de uno o más años. Esto genera desgranamiento y, en algunos casos, cuando la demora es larga, también deserción.
La combinación de situaciones genera una media del tiempo de graduación de un ingeniero de ocho años, y ello indica que estamos en presencia de jóvenes cuyas edades varían entre los 25 y 28 años, y que para esa edad ya tienen que haber ingresado a la vida laboral. El cumplimiento de horarios y de responsabilidades también es un argumento de postergación de los estudios.
Pero hay una razón, poco comentada, que cada vez más explica la huida de las aulas: el tedio y el aburrimiento de las clases magistrales y de los ambientes con poca participación con los alumnos.
Otra educación. Son casos clásicos de los informáticos las experiencias de Bill Gates y de Steve Jobs, que por razones semejantes decidieron irse de sus universidades y avanzar en su vida profesional adquiriendo conocimientos por vías alternativas a la universitaria. No son para mí ejemplos para “idolatrar”, más bien son manifestaciones de un hecho real, todavía sin solucionar y que debemos resolver a la mayor brevedad posible.
Las metodologías de enseñanza y los estilos tradicionales educativos hoy tienen el riesgo de ser disfuncionales para las inquietudes y expectativas de una población joven que se ha acostumbrado en la era digital a acceder a la información en formas más directas y rápidas que las que les proponen sus docentes. El rol del docente cada vez más es el de asistir a la comprensión y la aplicación de los conceptos y cada vez menos su presentación.
Por ello el desafío de la escasez de ingenieros en el país y en la región requiere cada vez más no sólo alentar vocaciones, sino más bien evitar desalentarlas, desarrollando capacidades docentes y recursos de enseñanza que sean más efectivos para la generación de los millennials, que ya llegaron a nuestras aulas.
*Rector del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA).