Entre silbidos que sugieren deseo, una docena de chicas se abre paso con timidez entre las estrechas calles de tierra. Se tropiezan por los tacos altos, se ponen coloradas, sonríen y siguen la marcha, mientras los carritos de los cartoneros que circulan por la avenida principal de la Villa 31 las esquivan sin entender. Es la primera vez que en medio de los ladrillos a la vista y las escaleras de caracol del barrio más pobre, pero pujante, de Retiro se monta una producción de fotos con las vecinitas.
Son las mismas chicas que todas las tardes juegan en la vereda cuando vuelven del colegio con la inocencia de los 12 o que coquetean con sus novios en la esquina. Pero esta vez hacen equilibrio sobre tacos, seducen con vestidos de noche y provocan con minifaldas y escotes. Hasta se animan a mirar al fotógrafo con cara de “te voy a comer”: son las lolitas de la Villa 31.
El responsable de tanto alboroto callejero es Guido Fuentes García, un ex diseñador de ropa boliviano que desde hace 20 años vive en la 31 y hace poco tiempo tuvo una idea polémica: montar una agencia de modelos dentro de la villa. “Quiero que todo el mundo vea que acá también hay chicas lindas”, dice mientras sostiene un moño de tela blanco que él mismo armó antes de recibir a Perfil en su casa.
Pidió plata prestada, gastó todos sus ahorros en dos máquinas de coser y empezó a imaginar algunos diseños exclusivos. Ese fue el primer paso. El segundo, mucho más arduo, fue conseguir a las modelos. Tocó timbres en el barrio, habló con amigos y así pobló su propio staff con docenas de chicas de todas las edades.
Hoy tiene unas 30 aprendices de modelo de entre 8 y 21 años que ensayan tres veces veces por semana en su casa. Usan de pasarela un pasillo interno de menos de un metro de ancho por siete de largo, que comunica con el cuarto donde vive y duerme. Allí les enseña a caminar, a pararse, a mover las caderas, a darse vuelta como profesionales y todos los secretos del mundo del modelaje.
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