Un día como hoy, hace 100 años, el barco más famoso y majestuoso que se recuerde, el «RSM TITANIC» zarpaba del puerto de Southampton rumbo a la historia. Exactamente a las 12.15 del mediodía del 10 de abril de 1912, el titánico buque partía hacia Nueva York, con 2.227 personas a bordo, iniciándose así unas de las travesías más trágicas de la historia naval, y la historia más fascinante de los últimos tiempos.
Entre los pasajeros figuran varios latinoamericanos, cuatro de ellos de origen español, que murieron haciendo gala de su caballerosidad y valentía. Entre varios mexicanos y uruguayos hubo una mujer argentina, Violeta Jessop, quien logró sobrevivir no solamente al naufragio del famoso barco. Extraordinariamente, se salvó de otros dos naufragios durante toda su vida.
Nacida en Buenos Aires (en 1887) Violeta fue la mayor de los nueve hijos de un matrimonio de inmigrantes irlandeses. Al morir su padre, siendo ella una niña, regresó a Gran Bretaña y su madre mantuvo a la familia trabajando como camarera en distintas compañías navieras. En 1910 la "White Star Line" contrató a Violeta como parte de la tripulación del barco «Olympic», entonces el más grande y lujoso del mundo, que el 20 de setiembre de 1911, cerca de la isla de Wight (Inglaterra), chocó con el crucero «HMS Hawke».
Sus familiares y amigos convencieron a Violeta de aceptar trabajar en la tripulación del flamante Titanic, que en su viaje inaugural colisionó con un iceberg y en menos de tres horas, naufragó. De 2.227 pasajeros se salvaron 705, entre ellos Violeta. Desde el bote salvavidas vio el hundimiento y soportó 8 horas de angustia y frío hasta ser rescatada por el «Carpathia».
“Me ordenaron que subiera a cubierta”, recordaría Violeta. “De manera calmada, los pasajeros caminaban. Me reuní con otras camareras mirando a las mujeres que abrazaban a sus esposos antes de ingresar a los botes con sus hijos. Un poco después, un oficial del Titanic ordenó que abordáramos el bote. A medida que el bote descendía, un oficial me dio un bebé para que lo cuide. Y me arrojó un bulto al regazo".
Violet protegió a la criatura con el calor de su cuerpo, pero una vez a bordo del «Carpathia», una mujer apareció de repente, le arrebató el bebé y se fue corriendo. "Yo tenía mucho frío y estaba demasiado aturdida para pensar en lo extraño que fue el que esa mujer no se detuviera para decirme 'gracias'”, recordó.
En 1914 fue reclutada como enfermera de la Cruz Roja en el buque «Britannic», que el 21 de noviembre de 1916 se hundió en el Mar Egeo. “De repente oímos un ruido ensordecedor. Todo el salón se levantó de sus asientos. Me trajo recuerdos no tan distantes de la noche aciaga del Titanic”, recordó Violeta. En 55 minutos el barco desapareció. Violeta saltó al mar y se fracturó el cráneo con la quilla del barco pero alguien la tomó de un brazo y la subió a un bote salvavidas.
Durante todas sus aventuras marinas, recibió tres propuestas de viajeros para casarse, uno de ellos un importante magnate de primera clase. Pero ella no aceptó. En 1917 se casó con un marino y se divorció un año después. Sola nuevamente, trabajó en el mar hasta 1929 y en 1950 se retiró a vivir a la campiña inglesa, donde disfrutó de una vida sencilla, criando animales y cuidando un pequeño jardín.
Siendo anciana, recibió la llamada de una misteriosa mujer que se identificó como el bebé al que había ayudado a sobrevivir del hundimiento del Titanic. La supuesta superviviente prefirió preservar su identidad, pero quiso darle las gracias por haberle salvado la vida. Violet nunca supo quién hizo la llamada. Murió a los 84 años, y su cuerpo fue arrojado al mar, que llevaba años reclamándola.
Héroe desconocido. El otro argentino que viajó en el Titanic se llamó Edgardo Andrew, oriundo de Río Cuarto, e hijo de ingleses, quien a los 17 años se fue a estudiar a Inglaterra. En 1912 tuvo que abandonar a su novia, Josey, para establecerse en los Estados Unidos: “Sepa, Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo”, es escribió, “pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano”.
Cuando el barco chocó con el iceberg, logró ponerse un chaleco salvavidas y acomodarse en uno de los botes, pero, viendo a una muchacha desesperada, se lo cedió para después arrojarse al mar. Fue uno de los 1.522 fallecidos en las heladas aguas del Atlántico.
(*) Especial para Perfil.com