SOCIEDAD
Luciano Benjamín Menéndez

El mismísimo diablo

El militar ocupó un rol clave en la hazaña de Independiente ante Talleres de Córdoba del 25 de enero del '78.

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Murió hoy el ex militar, represor condenado y participante del Proceso Reorganización Nacional, Luciano Benjamín Menendez en la ciudad de Córdoba. | CEDOC

Hace unos meses publiqué el libro El partido rojo que detalla la hazaña de Independiente ante Talleres de Córdoba del 25 de enero del ‘78, cuando el Rojo salió campeón con ocho jugadores. Uno de los temas que desarrollo en el libro es la relación que tenía el genocida Luciano Benjamín Menéndez con el club cordobés, y en especial con su presidente Amadeo Nuccetelli. Además del trabajo de archivo, de leer libros acerca de la represión en Córdoba, de mirar documentales y de consultar a periodistas que investigaron esos años, necesitaba hablar con Menéndez. Sabía que cumplía doce condenas a cadena perpetua en su domicilio en Bajo Palermo, un barrio residencial de Córdoba, y que no hablaba con periodistas. De todos modos, lo intento.

-Hola, con Luciano Benjamín Menéndez, por favor…
-Sí, él habla.

La voz del genocida, gastada, autoritaria, es aterradora. El tipo que ocupó el rol de villano en aquella hazaña de Independiente sigue intimidando, aún con 90 años y la salud endeble. Propongo que hable de fútbol. Se niega. Le pregunto por Talleres. No contesta. Insisto por el lado del fútbol. Mantiene su negativa. Después de esos intentos frustrados, me despide: “No pierda su tiempo. Mientras siga preso no pienso hablar con periodistas”. Y corta.

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No llego a preguntarle sobre su vínculo con Talleres, mucho menos qué hacía en el vestuario del árbitro Roberto Barreiro antes de que se jugara aquella final. No rescato nada con valor periodístico, ningún dato que pueda aportar a la historia del libro. Solo me queda una sensación inexplicable. Una carga sobre los hombros, un leve temblor en las piernas, tensión en el resto del cuerpo. Algo, diría ahora, parecido al miedo. El diálogo no duró más de un minuto, yo en Buenos Aires y él en Córdoba. No fue agresivo ni provocador. Al contrario: los dos fingimos cordialidad. Pero quedo en un estado de angustia. La voz quebrada del genocida, del torturador, del asesino todavía es desafiante, todavía atemoriza. Es una impresión extraña que nunca antes me había ocurrido con un entrevistado. Es lógico: nunca antes había hablado con el mismísimo Diablo.

Seis meses después me entero que Luciano Benjamín Menéndez murió. No me sale ni un QEPD de compromiso.