Los sicarios de la mafia china están entrenados para matar y rara vez dejan una pista. No son de la comunidad –aunque existen excepciones–, por lo que identificarlos es una de las tareas más dificultosas que tiene la Justicia. No se preocupan por dejar testigos. Ni por el lugar del objetivo ni por las cámaras de seguridad.
Pueden aparecer a plena luz del día, como ocurrió en diciembre pasado a pocas cuadras del Congreso de la Nación, cuando dos ciudadanos chinos –uno dueño de un supermercado y otro empleado del negocio– fueron acribillados por un killer que bajó de un auto y les disparó sin mediar palabra en el interior de una confitería de la avenida Entre Ríos al 600. Los testigos coincidieron en señalar que el tirador no era de rasgos orientales, un patrón que se repite en muchos de los casos.
Este ataque, como otros 138 denunciados, habría sido ejecutado por una misma tríada (organización criminal): Pixiu, que en su traducción significa “Protección”. Este clan sería el brazo ejecutor de los principales ataques de la mafia china en el país, especialmente los detectados en la Ciudad de Buenos Aires, donde en la última década los supermercados chinos crecieron como hongos tras la lluvia.
En el mundo existen tres grandes tríadas: Jia Yuan, Wang Ke y Jong Long. “Algunos de los componentes de estas bandas fundaron Pixiu, que desarrollaba operaciones en la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia”, informó un vocero consultado por PERFIL.
Esta semana, 38 de sus presuntos miembros fueron detenidos después de una investigación realizada por la División Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal, que demandó varios meses. Por la peligrosidad de los sospechosos es que fue convocado el Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF). Los apresados son todos de nacionalidad china. Entre ellos se encuentra el presunto cabecilla, el segundo jefe y el encargado de los mediadores que aparentemente extorsionaban a los supermercadistas.
Ni uno de ellos fue señalado como sicario o gatillero. Ese trabajo era encargado a personas de otras nacionalidades (peruanos, paraguayos, argentinos y colombianos) para evitar “ser vinculados en forma directa con los ataques” que ejecutaban.
Según fuentes policiales, serían cerca de cuarenta los homicidios cometidos por cuestiones vinculadas a la mafia oriental. Pero hasta el momento sólo uno figura entre los casos que se le atribuyen a Pixiu, y es investigado por el fiscal en lo Criminal Marcelo Alberto Ruilópez y la jueza de instrucción nacional María Gabriela Lanz.
El líder. Ye Yong (35), más conocido como “A Di” o “Andi”, está señalado como el cabecilla de Pixiu. Es hijo de un criminal de origen chino que está detenido en su país. Al momento de su caída vivía con su novia en una casa de Villa Luro. No es la primera vez que lo detienen en Argentina: hace 12 años había estado preso en Devoto por el delito de extorsión.
Cuando lo apresaron, regresaba de la ciudad de Pergamino, donde manejaba dos supermercados mayoristas. En su casa de la calle Ramón Falcón al 5200 secuestraron más de 130 mil pesos y varios carteles de la Cámara Argentina de Comerciantes Chinos de la Provincia de Buenos Aires.
De acuerdo a los voceros, Pixiu les exigía a los supermercadistas una cuota mensual a cambio de protección. En algunos casos, como el denunciado por un comerciante que tiene su local en la calle Virrey Liniers, llegaron a pedir hasta 150 mil pesos. Las represalias, en caso de negarse, podían ser terribles: desde un tiro en la pierna o el incendio del local, hasta la vida misma.