Lo intenté mil veces pero no hay manera. La cocina y yo no nos llevamos bien. Y no está bueno, porque comer hay que comer igual. Y a mí me encanta comer, me apasiona… Encima tengo hijos chiquitos, y aunque no lo puedan creer, quieren comer todos los días. Cuatro comidas ¡¡todos los días!! Es mucho…
Cada tanto intento hacer una receta y siempre me pasa lo mismo: hay algún ingrediente que no tengo idea dónde conseguirlo o alguna indicación que me resulta inentendible. Y siempre está la amiga que me quiere explicar y me dice: “Ay, es una pavada, agarrás una asadera, la ponés a “baño de María”, y esto lo “batís a punto de nieve”, pero no olvides “blanquear” la cebolla… ¿De qué me hablás? ¡¡¡No entiendo nada!!!
El problema con la cocina es que es un arte demasiado efímero. Yo le quiero poner onda, pero dedicar tanto esfuerzo a algo que desaparece en cinco minutos no me termina de cerrar. Pero igual vuelvo a insistir y me digo: “Dale, Dalia, hoy te convertís en héroe, hoy es el día de aprender a ser chef”; y agarro las milanesas, las condimento y las meto en el horno. Y me voy a a ocupar de cosas que me entretienen mucho más que cocinar, y me olvido. Cuando vuelvo, son dos suelas de zapato incomibles. Y quiero llorar, y les digo a mi marido y a mis hijos: “Chicos, entendámoslo de una vez, ¡mamá no sabe cocinar!”.n
*Actriz, presenta en el Maipo Cosa de minas.