Persianas rotas, autos oxidados y montañas de baldosas partidas son las imágenes que hoy forman parte del paisaje de Los Hornos, uno de los barrios más afectados por la inundación que hace un mes devastó a La Plata.
Un mes en que los vecinos no hablan de otra cosa que no esté vinculado con lo que sufrieron. Treinta días en los que continuaron secando muebles, puertas, paredes y colchones. Un mes desde que perdieron todo y tuvieron que arreglárselas para salir adelante.
Los Hornos está ubicado al sudoeste del centro de La Plata, tiene más de 50 mil habitantes y es la tercera localidad más poblada después de la capital provincial y el barrio de Villa Elvira.
Al igual que en el resto de la ciudad bonaerense, miles de personas debieron ser evacuadas en los distintos centro de asistencia, o bien en la planta alta de algún familiar o vecino solidario. “La ayuda fue entre vecinos, familiares o amigos, ni los servicios, ni la municipalidad se acercó”, fue la frase que más se escuchó en los días posteriores a la catástrofe.
“Nadie vino rápido a ayudarme”. Dora Gómez, jubilada de 83 años, barre su vereda mientras mantiene la mirada ausente en los restos de muebles y paredes que aún siguen apilados en la puerta de su casa.
Anímicamente, la catástrofe la “aflojó demasiado”. “Estoy más o menos, mejorando de un fuerte dolor de pecho, recuperando el habla que había perdido por el impacto, cuidándome los bronquios”, dice.
Ciudadana platense desde hace diez años asegura que nunca pasó una situación igual. “Fue terrible, creo que todavía no se puede creer, y encima, acá por lo menos, no vino nadie”, agrega refiriéndose a la asistencia por parte del Estado o la municipalidad. “Vino la Anses y ya hice todos los trámites, pero todavía espero el subsidio”, cuenta.
Cuando se le pregunta cómo sobrepasó la catástrofe, asegura con tristeza pero orgullosa que fue gracias a la ayuda de su familia. “Mi nieto me prestó el colchón, mi hija trajo el placard, me ayudaron a secar los electrodomésticos, que volvieron a funcionar”, dice Dora con una leve sonrisa.
“De un momento a otro se destruyó todo, esto es volver a empezar”. En la casa de Rosa, el agua llegó hasta el metro sesenta y asegura que todo fue muy rápido.
"Fue muy triste ver cómo la casa se llenaba de agua y se rompen todos los muebles”, cuenta con indignación y agrega: "Cuando nos dimos cuenta teníamos el agua a la mitad de la pierna y segundos después nos pasó la cintura”.
Rosa es parapsicóloga y vive con su marido policía, dos hijos y una nieta. Cuando se le pregunta por la ayuda de los días después, con angustia y enojo contesta que nadie los ayudó.
“En esta zona no apareció nadie, ni siquiera a preguntar si necesitábamos una botella de agua, o lavandina o un colchón”. Además de compartir el sentimiento de abandono por parte del Estado, todos los vecinos descreen de las cifras oficiales de las víctimas fatales.
“Cada vecino conoce varias historias de personas que murieron o familias que perdieron familiares, es imposible que sólo sean 54”, dice Rosa y agrega: “El hospital Español se quedó sin luz y, según lo que cuentan, la gente que estaba en terapia intensiva murió y no están contemplados como consecuencia del temporal. Ni hablar de la cantidad de nenes que murieron que no aparecen en ningún lado”.
Olor a podrido, mugre, las caras tristes, miedo. La imagen se repite en cada hogar. Los vecinos aún no pueden superar la angustia y el temor de que en cualquier momento vuelva a pasar lo mismo.
“La semana pasada volvió a llover y sentí pánico”. Natalia vive con su marido y su hijo de 16 años, al lado de la casa de su madre, Elsa, quien afortunadamente estaba en la casa de su otro hijo cuando ocurrió la tragedia.
“Primero pensé que era una lluvia más, empecé a tirar algunos cajones arriba de la cama porque estaba segura que el agua no iba a subir tanto”, relata angustiada Natalia, quien junto a su hijo se fue de la casa y se refugió en el altillo de un vecino.
“Fue una locura irnos, porque en la calle la correntada era terrible, llegamos hasta la esquina y nos quedamos en lo de un vecino hasta las cuatro de la mañana”.
Natalia siente miedo cada vez que mira al cielo y ve que está nublado. “Hace poco volvió a llover y me agarró tanto pánico que no fui a trabajar. Empecé a levantar todo de vuelta”, dice agitada y con la sensación de que en cualquier momento puede volver a pasar.
"Sin la demanda de los vecinos, parece como si las cosas no hubieras pasado".César Garachico fue uno de los que impulsó las reuniones vecinales para comenzar a organizarse como barrio ante la catástrofe. “Estas movidas son para concientizar y tener en cuenta que lo que pasó puede volver a pasar porque las obras no están terminadas y esto es un aviso que viene hace años. No podemos permitir que siga sucediendo”, dice.
César vive con su esposa y sus tres hijos adolescentes. Agradece que el día de la tragedia todos los integrantes de la familia estaban en casa y se pudieron cuidar mutuamente.
“Al menos el núcleo familiar estaba contenido, que es siempre lo más importante”, relata y cuenta que al ver cómo comenzó a subir el agua, abandonaron la casa y se refugiaron en el auto que habían dejado cuadras atrás por temor a la tormenta.
“Refugiamos dos familias en mi casa por miedo a que la lleve la corriente”. Silvia se siente afortunada por tener un altillo en su casa donde pudo refugiarse junto a su hija y su marido ante la terrible inundación que superó el metro y medio dentro de su casa.
Ante la terrible situación, Silvia alojó a dos familias más que “venían llevadas por la corriente de nuestra casa y les dijimos que se quedaran con nosotros, aunque no los conocíamos”. Asegura que la situación la supera y que no quiere volver a hablar sobre el tema. “Me angustia mucho, no se puede seguir así”, dice Silvia mientras mira a su hija Martina, quien pregunta, inocente, si volverá a inundarse con las lluvias pronosticadas para este fin de semana.
(*) Especial para Perfil.com