Colas de fieles para hacer una promesa, tocar a una virgen o santo y hasta pedir por salud y trabajo. Se trata ni más ni menos de una postal que se ve reflejada cada vez más en el país, donde se encuentran pobres y personas que asisten con sus 4x4.
San Cayetano, San Expedito, el Gauchito Gil, la Virgen de Luján o la Desatanudos, son sólo algunos de los más taquilleros en el país que, hasta mediados de los '90, las procesiones a sus santuarios eran consideradas “cosas de grasas”, alejadas del catolicismo “serio” practicado por la clase alta y el establishment conservador, según explica el antropólogo Alejandro Frigerio.
El progresivo incremento de las creencias, que comenzó en 1983, no se debe a la “crisis económica” ni al desprestigio de las instituciones sociales ni al “fin de las ideologías”, como afirman algunos teólogos, sino a la “desregulación” del mercado religioso que siguió al fin de la dictadura, sostiene Frigerio.
Incluso, desde hace algunos años, figuras públicas y pertenecientes a la clase acomodada, proclaman su devoción por santos y vírgenes sin sufrir los estigmas que tradicionalmente se asociaban a la religión de los menos educados.
Carlos Bilardo agradeció a la virgen de Luján por haber ganado el mundial de México. Durante su gobierno, Fernando De la Rúa hizo llevar a la Casa Rosada una imagen de la Virgen Desatanudos. Mirtha Legrand, Mariano Grondona y la hija de Susana Giménez, Mercedes Sarrabayrouse, viajan a Salta para rezarle a la virgen que, desde 1990, se le aparece a María Livia Galliano de Obeid, hasta entonces un ama de casa de clase media-alta y que, gracias a los mensajes divinos recibidos ha transformado el lugar del santuario en un verdadero emprendimiento turístico e inmobiliario.
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