SOCIEDAD

Un profesional de la muerte: "Al cementerio sólo van los garcas"

Cómo es el trabajo del que atiende en una funeraria. Mirar la cara para cobrar mejor. Fotos.

"En la funeraria, la gente camina buscando precios. Llegan buscando dónde pueden pagar menos", cuenta un cochero.
| Matías Ferrari

La lengua popular sabe de dos negocios que nunca van a fallar. Uno son los albergues transitorios; el otro, la funeraria. “Vos fijate que un nacimiento también es un negocio porque la cesárea te la cobran aparte y no titubeás; es un hijo que viene al mundo. En la funeraria, la gente camina buscando precios. Llegan buscando dónde pueden pagar menos”, cuenta Rodolfo, el encargado del turno noche de una casa de sepelios del barrio porteño de Boedo.

Los que llegan a la cochería se encuentran con puro orden y silencio, recubiertos en madera. Dos escritorios muy bien ubicados hacen de mediadores entre el cochero y los clientes.

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Rodolfo gestiona todo lo que pasa con el cuerpo del difunto: desde la cama del hospital o la camilla de la morgue hasta el cajón. Sus historias no tienen fin.

Cuenta que una vez vinieron a contratar un servicio y le terminaron pidiendo plata para pagar una multa; cuenta que en cincuenta años que lleva trabajando en el rubro le robaron sólo tres veces; cuenta que busca ponerse en onda con el que venga a contratar un servicio, festejarle las bromas innecesarias; cuenta que escucha muchísimas historias falsas y que pasaron más de diez años desde la última vez que vio llorar a alguien al contratar los servicios de la funeraria.

No está cómodo cuando habla. Su aplomo se debe más a sus setenta y tres años que a la tranquilidad de quien hace algo que le gusta. Cincuenta y cinco temporadas en el negocio le dan la pauta para saber cómo se maneja la gente con la muerte: “Esto es una joda, nadie le da bola a nadie. De los 60 muertos que hay por mes, 50 van a crematorio. Se sacan el problema de encima y a la mierda”.

- ¿A vos te gustaría que te entierren?

- Yo tengo una hija en Perú y otra en México. Sinceramente, prefiero que me cremen y me tiren en cualquier lugar.

- ¿Y los afectos? ¿Qué pasa con eso?

- Te cuento que pasa con eso: mi señora y mi suegra están enterradas en Pilar. Creo que al cementerio van los garcas nomás; se juntan los domingos en la misa, van todos preparados para hacer pantomima. Mi mujer murió hace diez años y no fui nunca más al cementerio. ¡Qué se vaya a cagar! Si ya murió ¿para qué voy a molestar?

Según Rodolfo, uno tiene que hacer de psicólogo a la hora de atender al cliente. No para consolar ni contener al familiar, sino para ver cuánto está dispuesto a pagar para despedir ‘dignamente’ a su ser querido. “Acá no hay precio fijo y tenés que mirar la cara del que venga para ver qué cobrar. La gente se decide por el precio. Yo digo $5.000 y algunos piensan que es un servicio de porquería. Ahora, cuando tiro 7.000, 9.000, en adelante, los clientes se interesan y piensan que es bueno”, cuenta.

Sabe que hay que ser vendedor todo el tiempo y se jacta de tener la capacidad de leer la mirada en las mujeres para saber qué servicio prefieren contratar.

“Todos los días aprendés algo, todos los días ves algo distinto. Desde errores en los papeles, impericias en los certificados médicos (pifies que se pagan muy caros), hasta la lista de sandeces e inventos con los que te llegan los clientes”, rememora. Cuando se le pregunta por los afectos, lanza molesto: “¡es todo una burda mentira! Ahora, eso sí, la muerte de un animal es otra cosa”.

“Una persona te puede dar afecto, pero de alguna forma resulta interesado. La mascota, el animal, demuestra un cariño plenamente desinteresado. Por eso veo tanta diferencia”, larga mientras mira para abajo.

Tiene franco los jueves y el 31 de diciembre. El resto de las noches se las pasa representando a la compañía de 22 a 7. En todas esas jornadas hace de mediador entre el cuerpo y la tierra, entre el cuerpo y el horno, entre el cuerpo y lo etéreo. Esas horas suspendidas que Rodolfo ocupa las pasa mirando tele o cabeceando por culpa del sueño.

“Nos tenemos que desengañar. No hay que pensar que este laburo es feo, tenemos que tomarlo de otra manera”, dice. También rescata que tantos años en lo mismo lo ayudaron a no hacerse problema por el fútbol. Él ve y vive cosas peores. La muerte es inquilina de su trabajo.

(*) Especial para Perfil.com