Una pared destruida por la humedad. Una escalera. Cuatro baldes de pintura: verde, amarillo, naranja y negro. Un rodillo, muchos pinceles y cuatro horas por delante.
Pablo Harymbat –o Gualicho, como prefiere hacerse llamar cuando pinta- aceptó la propuesta de Perfil.com que, cámara en mano, registró paso a paso su trabajo.
Gualicho tiene 31 años y empezó a “experimentar” con el aerosol en el '97. “Recién en el 2004 retomé más seriamente y usando pintura látex”, aclara. Hoy, prefiere definir lo que hace como “neo-grafitti” y dice que en sus obras “se respira cierta fantasía latina”.
Son las 11 de la mañana, hace frío y la ronda de mate se interrumpe entre los preparativos de rigor. Gualicho desparrama sus herramientas, destapa los baldes de pintura para exterior y se pone un buzo con capucha manchado como acto iniciático.
Está preparado para empezar a pintar. Escanea la pared con la vista y relojea un boceto hecho en tinta china que sostiene en una mano y le servirá de guía. Las manchas de color son cada vez más grandes. Se distinguen formas. Aparece una línea negra que contornea los mismos objetos que hace aparecer: una ballena, un ojo, una mano gigante, tuberías que se enroscan, ventanitas negras que se multiplican, torres y más torres.