SOCIEDAD
habla un sobreviviente

“Yo no le tengo bronca a Juniors por lo que hizo”

El 28 de septiembre de 2004 Rafael S. entró al aula con un arma y disparó contra sus compañeros. Tres murieron y cinco fueron heridos. Rodrigo Torres recuerda el horror.

De vuelta en la escuela. Diez años después de esa mañana trágica, Rodrigo Torres posa frente al Instituto Islas Malvinas de Carmen de Patagones.
| Marcelo Ochoa

“Ese día comenzó como cualquier otro. Le pregunté a mi vieja si podía faltar al colegio y me dijo que no. Así que nos levantamos y nos fuimos. Esperé a una compañera y cuando vino fuimos a buscar a otra. Llegamos juntos al colegio y me encuentro con Nico Leonardi, me quedé hablando con él. Y cuando voy a entrar al aula, las dos compañeras que habían llegado conmigo me dicen: ‘Mirá el camperón verde de Juniors’. Yo entré, lo vi y no le di importancia. Salgo otra vez a formar. Cuando volvimos al aula... ahí fue cuando aprovechó a disparar. Me tiré al piso y me cubrí la cabeza. Con los impactos, me desmayé. Cuando me levanté, vomitaba mucha sangre. Lo vi a Pablo (Saldías) tirado arriba de Fede (Ponce). Me quise agachar para ayudarlo pero no pude por las heridas. Me levanté y comencé a salir del aula como pude. En ese momento lo vi a Juniors arrodillado. Dante lo abrazaba. Fue el kiosquero del colegio el que me llevó al hospital”.

Ya pasaron diez años de esa trágica mañana en la que Rafael “Juniors” S. descargó la pistola de su papá, una Browning 9 milímetros, sobre sus compañeros del Instituto Islas Malvinas de Carmen de Patagones. Sin embargo, Rodrigo Torres, uno de los alumnos heridos que logró sobrevivir, recuerda esa mañana como si hubiera sucedido ayer. 

Ese 28 de septiembre de 2004 él fue uno de los heridos, al igual que Pablo Saldías, Nicolás Leonardi, Natalia Salomon y Cintia Casasola. Federico Ponce, Sandra Núñez y Evangelina Miranda no sobrevivieron al ataque de Juniors y murieron en el aula.

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Con 26 años, Rodrigo intenta dejar atrás la masacre y las secuelas físicas y psicológicas que le provocó. “Mi vida no gira en torno a lo que pasó. Estoy trabajando como empleado público, hago handball y coro. Para recuperarme fue muy importante el apoyo de mi familia y mis amigos, también me aferré a la fe. Si no sos fuerte, esto te supera. Hay muchas cosas que te quedan por resolver. Recuerdo con mucho dolor lo que pasó, pero me propuse ser feliz porque yo no sé qué puede pasar mañana”, cuenta a PERFIL.

Ahora vive en Viedma, del otro lado del río Negro. “Cada vez que cruzo el puente viejo, veo la virgencita que está en un extremo y me hago la señal de la cruz en memoria de los chicos que murieron. Lo hice por primera vez cuando me trasladaron en camilla. Yo estaba pensando en los que quedaron y pedí por ellos. Lo sigo haciendo”, confiesa. No es común que Rodrigo vuelva a la escuela de la masacre, pero lo hizo con este diario con motivo del décimo aniversario. “No me gusta volver”, aclara.

También menciona a Juniors. “Su libertad me genera angustia. La Justicia cerró la causa muy rápido. Escondieron todo abajo de la alfombra, eso es lo que más duele. Ya que no pudimos hacer nada para evitarlo, aprendamos de lo que pasó y hagamos prevención, pero la violencia en las escuelas se repite y se naturalizó pero a nadie le importa, se olvidaron de nosotros”, se queja. Reconoce que le gustaría conocer al agresor –“porque en la escuela era un ‘hola y chau’”– y “poder charlar con él”. Rodrigo considera que Rafael S. puede haber sido “una víctima más”. “No le tengo bronca. Creo que lo que hizo pudo tener que ver con el maltrato familiar que sufrió”, arriesga.

A diez años de la masacre, todavía continúa detectando “salidas rápidas” de cada lugar al que va, pero algo cambió: “Ya no tengo pesadillas. Ahora puedo descansar tranquilo”.