Hablar de la ciudad austríaca de Hallstatt es remontarse al menos siete mil años atrás, cuando los celtas se referían a Hall, la sal que la tierra ofrecía en abundancia en las montañas próximas, en el distrito montañoso de Salzkammergut. Desde la famosa fuente de agua que adorna la plaza céntrica de Hallstatt es fácil llegar a la que se cree la mina de sal más antigua del mundo. Se puede tomar un funicular, que permanece abierto entre abril y fines de octubre. Uno de los mayores atractivos de esta mina es una réplica del Hombre de Sal que se exhibe dentro de un museo interior. Se trata de un cadáver conservado en sal que se halló bajo tierra en 1734, en buen estado.
Pero claro, todo esto es ahora un relato, porque ver hoy una imagen de Hallstatt desconsuela un poco. Sus paisajes helados en invierno y coloridos en verano, siempre repletos de turistas –muchos asiáticos, por cierto- pasaron de la congestión humana a la desolación. Tanto, que hasta sus mismos 778 pobladores están tratando de acomodarse a la nueva realidad y el aislamiento que les impone el coronavirus. Las casitas alpinas del siglo XVI con vista a la montaña, las cuevas heladas, los glaciares, las tiendas y cafés del centro parecen una ilusión óptica del pasado.
Desde que Hallstatt fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por Unesco, en 1997, la curiosidad del turismo por conocer este encanto alpino fue en ascenso y llegó a recibir 3 millones de turistas por año. El restaurante que en 1960 se inauguró en la Torre del Reloj –donde vivía en el siglo XIII el guardián de la mina de sal- añora que el tiempo vuelva atrás. Sin embargo y en paralelo, los habitantes de Hallstatt están pensando en una apertura “selectiva” al turismo, para reducir y sobre todo elegir quiénes pondrán un pie sobre los canteros cubiertos de retoños en la Plaza Principal (Marktplatz).
Desde que circuló la versión de que la película Frozen se habría inspirado en Hallstatt, la ciudad se llenó de drones sobrevolando el lago y de viajeros que husmeaban por todos lados. El Daily Mail, publicó hace poco que el dueño de un café se había despertado un día con turistas chinos dentro de su dormitorio. Desde que se estrenó en el año 2013, la película Frozen, Hallstaff se convirtió en una gran curiosidad para los visitantes asiáticos. A tal punto que el alcalde local, Alexander Scheutz, pidió públicamente que los dejaran vivir tranquilos. Su plan es reducir a 100 la cantidad de buses anuales de turismo que arriben a la ciudad, una cifra que hoy es de 10.000.
MM / DS