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¿Entonces, en qué lugares del universo hay agua?

Los astrónomos andan buscando líquido por todo el universo. Hasta ahora, el mejor candidato sigue siendo Marte; K2-18 b nos queda muy lejos y la luna tiene mucho marketing.

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Imagen de archivo | Saturno, con el nuevo descubrimiento, pasa a tener 82 lunas. | Shutterstock

Los astrónomos están buscando planetas en donde la vida sea posible, pero no para que podamos irnos. Todos están tan lejos que cualquier invitación debe aún interpretarse como un viaje de ciencia ficción. 

Hasta el momento, la mayor certeza es K2-18 b. Aunque su nombre tenga tan escaso sex-appeal es candidato seguro: este planeta sí tiene agua en su atmósfera y una temperatura compatible con la vida. Es decir, es la primera vez que los terrícolas nos enfrentamos con otro astro potencialmente habitable


Este exoplaneta de superficie rocosa fue descubierto en 2015 orbitando alrededor de una estrella roja que emite más radiación que el Sol.

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Tiene el doble de diámetro que nuestro hogar, su masa es ocho veces mayor y nos separa de él una distancia de 110 años luz. Sí, lejos. “Cualquier imagen que podamos obtener de ese planeta es de hace 100 años. La luz sólo tarde siete u ocho minutos en venir del Sol hacia la Tierra pero le lleva 100 años llegar al K2-18b. Así que pensar en llegar allá sería imposible”, nos baja de un plumazo el astrónomo Angelos Tsiaras, miembro del Departmento de Física y Astronomía de University College London.

Sin dudas, 2015 fue un gran año para la NASA, porque fue también entonces cuando la nave espacial Cassini se sumergió en una columna de gas y hielo en el polo sur de la luna Encelado de Saturno. La nave “olió” el hidrógeno y se metió en la columna, haciendo la mayor inmersión jamás lograda, sin saber con qué se encontraría al final del camino. Allí, los instrumentos de Cassini detectaron una gran cantidad de hidrógeno molecular, algo muy importante ya que, al menos en los océanos terrestres es la “golosina” de los microbios que lo comen para  convertirlo en metano.

Cassini descubrió también que debajo de los cinco kilómetros de la corteza helada de Encelado hay un océano salado y “tibio” de 65 kilómetros de espesor, apoyado sobre un suelo rocoso. Y esto hizo que los científicos abrieran los ojos. Lo compararon con lo que más tenemos a mano, nuestros sistemas hidrotermales (“fumadores blancos”), que liberan hidrógeno molecular. Entonces, si la vida requiere básicamente tres cosas (agua líquida, una fuente energética e ingredientes químicos apropiados) que en Encelado están presentes, podría pensarse que hay condiciones propicias para la existencia de vida dentro de ese lejano y oscuro océano salado. 


Un caso similar al de Encelado ofrecen otros satélites de Júpiter, como Ganímedes, Calisto y Europa.

En Europa, por ejemplo se ve a simple vista una roca helada a -160º C y un inmenso mar salado y caliente bajo esa superficie freezada. Unas fotos tomadas por el telescopio Hubble en 2014 y 2016, mostraron aparentes fumarolas en la superficie gélida, algo que estudiará la misión Clipper. Otro tanto se le atribuye a Plutón: una superficie un tanto más fresquita ¬-228º C, pero con cristales de agua, y abajo, un océano con la alentadora presencia de aminoácidos.

A pesar de que la noticia se recibió este lunes como si Rodrigo Triana hubiera gritado “¡Tierra!”, la “presencia” de agua en la Luna será tarea de alquimistas. Para llenar una botella de un litro de agua lunar, habría que juntar cinco toneladas de suelo, ya que sólo hay 200 microgramos de agua (la millonésima parte de un gramo) engarzados como cristal entre la roca de un extenso cráter de 200 kilómetros de diámetro, el Clavius, ubicado en la cara sur de nuestro fiel satélite.

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Una cámara telescópica adosada a bordo de un Boeing 747 (¿un avión volando a 11 mil metros de altura fotografiando un astro a 384.400 kilómetros de distancia?) “captó una luz infrarroja en una longitud de onda que sólo puede emitir el agua”, fue la explicación que brindó la NASA vía Nature Astronomy. La presentación fue firmada por la planetóloga Casey Honniball, investigadora de la Universidad de Hawai. 

Es decir, como bien lo corroboró un estudio realizado en la Universidad de Puerto Rico, el agua es el elemento más abundante en el universo. Nuestro privilegio es que disponemos de ella en estado líquido en grandes cantidades.

Sin irnos muy lejos, en nuestro propio vecindario, la Vía Láctea es una fábrica de agua. A 1.344 años luz de la Tierra, la nebulosa de Orión fabrica cada día tanta cantidad de agua –en estado gaseoso- que en vez de cargar una piedra, Sísifo podría rellenar con ella todos nuestros océanos sesenta veces al día. La Nasa maneja incluso la hipótesis de que esta usina acuática podría haber disparado agua para todos los rincones de nuestra galaxia, como si fuera un inmenso pomo de carnaval.

Se elogia a los cometas y las lluvias estelares como “los cuerpos celestes con mayor proporción de agua”. La ciencia cree que ellos darán la respuesta de cómo llegó el agua a la Tierra. 


La utopía de Venus ya se superó: si alguna vez tuvo agua, ya sólo es un recuerdo por culpa de una atmósfera densa en dióxido de carbono y un descomunal efecto invernadero, en donde se vive el infierno perpetuo de 460 ºC.

¿Y Marte? Todavía es un misterio no revelado, pero alentador: aunque perdió su campo magnético, su atomósfera y el 87% de su agua, la superficie conserva restos de agua y, si como muchos otros vecinos de la Vía Láctea, tuviera sepultado un inmenso mar salado, con buen marketing el planeta rojo podría ser una tierra prometida: 20º C de día, una buena manta térmica para la noche y mayor juventud: en suelo marciano, todos tendríamos la mitad de nuestra edad actual.