COBERTURA DE SHOW

Poder crudo: Iggy Pop volvió a Buenos Aires con su energía de profeta inmortal

A los 78 años, el icónico cantante de Michigan brindó un recital contundente, con un gran repaso por la discografía de The Stooges y sus primeros discos solistas. Lo acompañaron Los Tropicanos y una presencia que va mucho más allá del mito.

Iggy Pop en Argentina Foto: Perfil

James Osterberg volvió a pisar un escenario argentino. Lo hizo con la autoridad de ser uno de los más grandes, míticos y milagrosamente sobrevivientes de la década del '70. Lo hizo con la experiencia de un cantante de 78 años, de los que eligen (y pueden) seguir cantando temas que hicieron en la juventud, porque lejos de sonar pueriles, Iggy Pop ya, desde sus comienzos, sabía quién era y lo contaba con honestidad. Lo hizo con la calidad que se espera en un artista completo. 

Iggy escupe el suelo, tira patadas, estira los brazos y se golpea el pecho con puños cerrados que sostienen un micrófono y un manojo de verdades. Él lo inventó. Inventó el punk, es el ídolo de nuestros ídolos. Revolea todo lo que puede: su chalequito, el pie del micrófono, el micrófono. No soporta el peso de las cosas que lo rodean, desde los 20 años lo viene advirtiendo: “Ni intenten decirme qué hacer”. De Michigan para el mundo. Poder crudo. 

TV eye rompe el silencio del Movistar Arena, en el barrio porteño de Villa Crespo. Un estadio repleto recibe con éxtasis el sonido de The Stooges, aquella mítica formación hoy es representada por su desfachatado líder y una banda contundente, que nombró Los Tropicanos: una batería y bajo con mucho groove, dos guitarras, teclado y vientos, la pizca de sal que termina de elevar el set con trompeta y trombón. 

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Iggy Pop es confrontativo, heredero de Jim Morrison, padre de Todo. Ruido y elegancia, mugre y excelencia. Raw power, I got a right y Gimme danger siguen en el setlist, una distorsión tras otra que te remonta a un lejano 1973. Los New York Dolls recién se estaban juntando, Bowie sacaba Aladdin sane, salían Sabbath Bloody Sabbath y The dark side of the moon. Nadie tenía la mugre, el hedonismo y la verdad tan a flor de piel como The Stooges. 

Una caminata descaderada, resultado de escoliosis, polio y mucha autolesión, lo llevan de una punta a otra del escenario. Iggy Pop se contorsiona, pregunta "Will you pick me up?" y logra un momento pop: The passenger y Lust for life elevan el clima de la noche fresca en Buenos Aires y todo el público baila. Una carrera solista que arranca con dos discos inmejorables en un mismo año (1977) merece tal ovación. La banda es sólida, tiene goce y violencia. 

El momento jubiloso se corta con más canciones que surgen de la ingeniería del protopunk y su roña garagera. “Ahora que nos estamos conociendo podemos hacer un viaje juntos. Pero a mí no me gusta acampar, no me quiero ir a un viaje de negocios de mierda, ¿qué tal si vamos a un Death trip?”, invita Iggy Pop con su voz cavernosa al último track de Raw power, aquel disco de letras meticulosas y bajos tocados furiosamente por el guitarrista original de la banda que, para ese entonces, ya acompañaba a un Iggy que le soltaba la mano a la banda y a su país. 

Tres acordes en la guitarra, una sola nota en el teclado. Una canción perfecta. Puede que sea el trance de estar (por segunda vez) frente a una de mis canciones favoritas, pero I wanna be your dog abre un portal a algo más trascendental que un recital. Iggy Pop se baja del escenario y busca abrazarse con el público, aquella masa que no deja de profesarle amor y, cubierta en sudor, imita al ídolo revoleando cada vez que puede un vaso de plástico sobre las cabezas de quienes están más adelante. 

Asistentes levantan a Iggy Pop hasta el escenario nuevamente y, con el cuero del pecho bronceado y ajado, los brazos extendidos, el micrófono en la bragueta, ese segundo se prolonga. Es la misma pose de aquel profeta que fue crucificado. Carne y mito. Relato y reinicio de la Historia. Iggy Pop es un sobreviviente a quién sabe cuántas cruces y viaja por el mundo llevando su porción de herejía. Para un ateo, nada más espiritual que la música en vivo. 

La segunda mitad del show repite la artesanía. Search and destroy reinicia el encanto y la voz de Iggy Pop sigue sorprendiendo. Elige cantar temas que escribió y gritó a los veintipico. Llega cómodo y ajusta mucho menos de lo que uno imagina aquellos agudos juveniles. Luego las paredes desaparecen, la atmósfera se pone pesada y aparece la sensualidad pegajosa de Down on the street. Le sigue 1970, una oda a aquella juventud desquiciada, rápida y autodestructiva que tan bien supo aprovechar ese muchachito de pelo rubio y ojos enormes, celestes. 

Some weird sin, bailable y tristísima, tiene otro color en un Iggy Pop de casi 80 años. Te rompe el corazón y te hace saltar simultáneamente. Aunque no todo es retrospectiva, porque Iggy Pop es un artista activo, que en 2023 sacó un disco que arranca con Frenzy y las palabras “tengo una pija y dos bolas, eso es más que todos ustedes”. Este viernes por la noche la banda también tocó Modern day ripoff de ese disco producido por Andrew Watt y escrito en colaboración con músicos de Jane’s Addiction, Duff McKagan (Guns N' Roses), Stone Gossard (Pearl Jam), y los bateristas Taylor Hawkins y Travis Barker.

Pero en el medio apareció un medley infernal: el comienzo lento y erótico de Nightclubbing, recuerdo directo de su estadía en Berlín, interrumpido por la hostil distorsión de LA blues, padre directo del noise rock, tanto como The Velvet Underground. Después llegó I’m bored, perteneciente a New Values, aquel tercer disco solista de 1979 que lo encontraría ya sin la colaboración de su amigo David Bowie. Pero el inglés volvió rápidamente a la memoria de los presentes en el recital, ya que siguió el cover Real wild child (wild one) que Bowie produjo ya entrado el año 1986.

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El baile y el agite en el público argentino nunca ha faltado, es parte de su idiosincrasia y un gran orgullo que incluso se pudo exportar. Pero hay que mencionar la comodidad de brazos cruzados del peor mal de este siglo a la música en vivo: el campo VIP. Y no hablo de las familias o los señores y señoras que, cansados por llevar la misma edad que el ídolo sobre el escenario, se quedan tranquilos y a los costados. Me refiero al público en general que, pudiendo transmitirle a un artista de primer nivel su entusiasmo por estar a pocos metros de tanto talento, eligen no hacerlo. Bien recibidos los ocasionales golpes de vasos de cerveza que volaban desde atrás. 

Por su parte, la banda no para. Los temas se enganchan con la batería o la guitarra, y en muchas ocasiones Iggy tiene pequeños preludios para el tema que sigue, una invitación a divertirse. Funtime fue el tema número 18 del setlist y aún quedaban dos más. En un par de oportunidades el mítico cantante se sentó o se apoyó sobre las torres de sonido, pero no paró de agitar un segundo. De hecho sólo salió del escenario una vez y fue para ponerse la camiseta de Argentina con el dorsal 10 y su nombre. 

El entusiasmo por nuestro país no es casual: desde la neuquina que le rompió el corazón y se ganó Miss Argentina (1999) hasta Los Tropicanos están atravesados por esta tierra. La guitarra rítmica (y el solo de I wanna be your dog) está en manos de Ale Campos, de Las Nubes, una treintañera nacida y criada en Miami, de madre cubana y padre argentino, exiliado durante la dictadura. Todo el set tuvo su propia casaca argentina sobre los equipos Orange. 

Al toque local lo terminó de dar Gaspar Benegas, mítico guitarrista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, al que Iggy recibió diciéndole “Let me hear what you can fucking do”. Benegas subió para aportar su mano bluesera al segundo cover del show: Louie Louie, aquel que aparecía en American Caesar, de 1993. “I really gotta go now”, coreaba Iggy, que comenzaba a despedirse del show. Cerró con otro clásico de The Stooges, Loose, himno de promiscuidad y libertad. Vigente, descarnado, divertido. Se fue por el telón del fondo y quedaron la banda, los aplausos y una bandera de Palestina desplegada en el campo. 

Iggy nos dio un setlist cargado de nostalgia y, aunque algunos podrán haber extrañado 1969, No fun y Five foot one, o incluso las canciones perfectas que lanzó en Post Pop Depression, aquellos que estuvimos en su anterior presentación en Argentina —en aquel soleado festival BUE de 2016— ya podemos relajarnos y no exigir más. Esta vez no prometió volver. Se despidió varias veces: “Goodnight. Thank you for having me. I love you so much”, pero no parece ser de los que se retiran o mueren. Iggy Pop es inmortal. 

LT