Hace 30 años

Destronada en Londres, porqué vino Lady Di a la Argentina en 1995

En el primer viaje oficial después de la guerra de Malvinas, la princesa de Gales llegó al país el 23 de noviembre de 1995, apenas tres días después de haber confesado en la BBC que en su matrimonio “eran tres”. Visitó el Hospital Garrahan, la Casa Cuna y el Instituto Roffo; rechazó un beso de Carlos Menem y se camufló con peluca y anteojos oscuros para escaparse a un shopping. ¿Por qué vino realmente?

Lady Di en traje de baño enterizo Foto: https://unsplash.com/es

El Reino Unido de Gran Bretaña llevaba apenas dos días de conmoción por la explosiva entrevista que Lady Di, la princesa de Gales, la esposa del futuro rey Carlos III, había otorgado el 20 de noviembre de 1995 al programa Panorama de la BBC para admitir su infidelidad, sus trastornos alimentarios y el desamor monárquico. 

Sí, tan solo 48 hs más tarde de ese incendio mediático, Diana Spencer dejó a su familia política en brasas, tomó un avión y vino a reencontrarse consigo misma a la Argentina, acompañada de su fiel escudero, el irlandés Patrick Jephson -también carne de la BBC- una visita que él mismo describiría tiempo después como “mejor que perfecta”. 

Para Lady Di, aquel tour sudamericano sería un bálsamo contra la herida purulenta en que se había convertido su matrimonio, desahuciado desde hacía más de una década.

Ya separados, la entrevista de Lady Di a la cadena BBC apresuró su divorcio del actual rey Carlos III de Gran Bretaña.

 

 

 

La frialdad del palacio, la ternura negada, la desesperanza que la atormentaba, las pasiones efímeras en la caballeriza, la imperiosa necesidad de no alejarse de sus hijos hicieron de su vida cortesana una escritura pública en usufructo, un contrato de locación monárquica en amenaza continua.

¿Qué más tenía que esperar? Dos días después de haberle abierto los ojos a una nación entera que ahora se inquietaba, ella había comenzado a sentirse insegura. Ese ambiente maléfico, descripto a lo largo de la entrevista, la ahogaba. Pero esa monarquía a la que ella misma por entonces todavía pertenecía no estaba dispuesta a sucumbir.

El príncipe Guillermo heredó la lucha de Lady Di por las personas sin hogar e impulsa las viviendas sociales

La visita de Lady Di a la Argentina, que duró cuatro días (del 23 al 26 de noviembre), significaba varias cosas a la vez. Protocolarmente, fue la primera que concedía un miembro de alto rango de la familia real británica desde la Guerra de Malvinas, en 1982. Para ambas partes, servía como gesto de acercamiento y para la política, una reconciliación diplomática. 

Los medios británicos más insidiosos pusieron el acento en el contraste entre la vulnerabilidad que emanaba de la princesa que daba la cara en la televisión oficialista y la renovada confianza en sí misma, y en su rol de “embajadora de buena voluntad”, que Diana inyectó en cada uno de los movimientos que tuvo en Argentina.

Lady Di, destronada en Londres 

¿Qué hacía una princesa británica en el país que le reclamaba al suyo las Islas Malvinas?

Mucho tuvo que ver con este encuentro de planetas el diseñador argentino Roberto Devorik, a quien conocía desde hacía 15 años, cuando los había presentado la editora de la revista Vogue y Diana usaba kilt escocesa y mocasines. 

El, nieto de María Epifanía Schiaffino de Saint Félix, fundadora de la célebre Maison Saint-Félix, que vistió tanto a Regina Pacini de Alvear como a Eva Perón, fue más que su asesor de vestuario, su confidente. 

Pero ya divorciada del futuro rey Carlos, da su enorme popularidad, Lady Di matuvo agenda protocolar y algunos privilegios.

Ella, a quien pocas cosas la entusiasmaban últimamente, siempre lo escuchaba. Y encendió la mirada al recordar sus relatos sobre el confin del mundo. Por eso, le pidió a Patrick Jephson, su secretario privado, que pusiera manos a la obra. Y a Devorik, que la acompañara.

No tenía tiempo para pensar en eso, pero sólo puso una condición: “quiero conocer lugares difíciles”. 

Lo necesitaba. Enfrentarse cara a cara con otras vidas más hostiles volvería insignificantes sus propios tormentos de alcoba en su solitaria torre de marfil.

La casa de Lady Di en Londres.

 

El viaje había sido expresamente planificado para levantar vuelo del archipiélago inglés 72 horas después de haber detonado la bomba: el affaire BBC fue el quiebre definitivo de su áspera relación con la Reina Isabel.

Si la mediación férrea de Her Majesty no había torcido el carácter de junco inestable de su hijo mayor, ya no quedaba ninguna chance de ser la reina de Gran Bretaña, pero sí, la de ser la reina del corazón de la gente. Y siguió firme en esa dirección.

Enfrentarse cara a cara con otras vidas más hostiles volvería insignificantes sus propios tormentos de alcoba en su solitaria torre de marfil"

Durante el viaje de Europa a América fue inevitable estrujarse entre las penas de antes y el futuro incierto. Finalmente se acurrucó en el sueño enhebrado con los mejores highlights de sus confesiones de pollito mojado a Martin Bashir, en Panorama:

“Eramos tres en este matrimonio”; “cuando sufrí depresión posparto nadie hablaba de eso, y me tildaron de inestable”; “sí, me hice daño a mí misma… era un grito de ayuda y la bulimia, un síntoma de lo que estaba ocurriendo en mi matrimonio”; “¿James Hewitt? … ay sí, lo adoraba, pero me decepcionó”.

Como si fuera el Día de Todos los Muertos, el 20 de noviembre pasado dinamitó los placares del palacio de Buckingham y los esqueletos angloparlantes brotaron como murciélagos espantados por la luz. Esa imagen la reconfortó tanto que al fin durmió como un angelito todo el resto del trayecto en British Airways.

 

Lady Di: porqué vino a la Argentina

En 1995, Argentina tenía un “record” de 18,5% de desocupación, Carlos Saúl Menem emprendía su segundo mandato y había perdido a su hijo 8 meses antes.

El Embajador Peter Hall destinó una suite en la Embajada Británica para la princesa de Gales. Apenas puso un pie en nuestro país, un Jaguar escoltado por 10 autos de custodia la trasladó a su hospedaje. Lo primero que hizo Lady Di fue ponerse la malla para darse un chapuzón en la piscina de la sede diplomática. Lo segundo, asistir de una cena de gala en la Residencia de la Embajada, con un show de tango y 120 invitados (a pedido de la princesa, “de su edad”; Amalita Lacroze de Fortabat quedó afuera). Lo tercero, desplegar un intenso tablero humanitario. 

Unos pocos meses antes había conocido al médico paquistaní Hasnat Khan en el Hospital Royal Brompton de Londres y casi en secreto ya eran novios. Sensibilizada por la lucha científica, su primer actividad fue  –ella misma enfundada en blanco, con su collar corto de perlas-, rodearse de médicos y pacientes esperanzados. 

Sin préambulos desembarcó en ALPI (Asociación para la Lucha contra la Parálisis Infantil). Con su primer gesto noble demostró porqué en su propio país la llamaban “la reina de los corazones”: se reclinó ante la silla de ruedas de un chico discapacitado para recibir el modesto bouquet de rositas que le ofrecía. 

Más espectacular fue el arribo en helicóptero al Servicio Nacional de Rehabilitación, en el Delta del Paraná. Descendió etérea en su vestido claro y se dejó deshojar por el viento como una flor de diente de león. Unica y especial, su sangre azul resplandecía en todos los escenarios.

'La reina de los corazones' se reclinó ante la silla de ruedas de un chico discapacitado"

Acostumbrada a la aridez africana de Angola, la Isla Silvia, un punto selvático flotando sobre el Río Luján no la intimidaba. Escoltada por Eduardo Amadeo, Secretario de Desarrollo Social de la Nación, Jorge Faurie, Director de Ceremonial de la Cancillería y una comitiva de insectos, se acercó a un centenar de chicos internados con adicciones o problemas penales.

La conexión fue inmediata. "¿Para qué sirve ser princesa?", le tiró uno. "Para poder venir aquí a conocerlos a ustedes. Te imaginás..., si no fuese princesa no te habría conocido", le respondió, astuta. Y les arrancó sonrisas. Estallaron cuando pidió caminar por el parque –el pasto estaba cortado y unos postes, notablemente recién pintados- y comentó: “Lo mejor de mis visitas es que sirven para que pinten todo. Por eso muchos me piden que vuelva”.

También sugirió conocer las habitaciones de los internados y al ver que en una de ellas había recortes de mujeres semidesnudas pegadas a la pared, soltó: “Te felicito, estás bien acompañado".

 

En Althorp, propiedad de la familia Spencer, vivió Lady Di hasta que se casó con el príncipe Carlos.

 

Fueron al Salón Común y los jóvenes le pidieron que les contara cómo era Inglaterra. Les habló mirándolos a los ojos y eligió dos tópicos imbatibles: Beatles y Diego Armando Maradona. "Para todos los ingleses fue un gran dolor, pero igual lo aplaudimos", dijo mediadora. 

Y cuando el encuentro llegó a su fin, la despidieron con un aplauso cerrado, sentido. Ella se emocionó y la ovacionaron todavía más. Prometió volver a visitarlos, pero sus palabras se las llevaría el viento 25 meses más tarde, al morir en París segundos después de alcanzar a decir: “my god, what happened?”, algo que nunca logró responder en 34 años, cada vez que se lo preguntó a lo largo de toda su corta vida.

Almorzó en la isla del empresario Mario Falak (dueño del Llao Llao, el Alvear Palace, el Plaza y las Galerías Pacífico), rodeada de un enjambre de admiradores. Después se subió a un yate y recorrió la telaraña acuática del Delta. Ese día brillante en el cielo claro de un sur tan golpeado la conmovió. 

La gente se había amontonado en las orillas sólo para verla pasar. Desde las lanchas y la orilla embarrada, turistas y partisanos aplaudían su visita y su coraje. A todos respondía con entusiasmo hasta que se dio vuelta y le dijo a Eduardo Amadeo: “aunque no lo crean, aun no me acostumbro cuando la gente me aplaude”.

Fue así de igual al asomar por el Hospital Garrahan, cuando renovó la sonrisa franca al entrar al Hospital Pedro de Elizalde (Casa Cuna) y ni bien ingresó (en su segundo día en Buenos Aires) a otra joya de la medicina nacional, el Instituto de Oncología Angel H. Roffo. Tampoco le faltaron ganas ni presencia en la British American Benevolence Society, una residencia para descendientes británicos de la tercera edad. 

Lady Di en Argentina.

Siempre cálida y empática, jamás dejó traslucir sus pesares más hondos.

Todos los comentarios coincidieron: “no parece una visita protocolar”. Según la prensa británica, la princesa del pueblo dedicaba más tiempo que el esperado para hablar por igual con médicos, enfermos, desconocidos. Sin guantes, barbijos ni barreras, abrazaba, escuchaba, miraba a los ojos y preguntaba. 

Su entusiasmo siguió intacto día tras día, durante su corta estadía en Recoleta. Cada jornada, antes de iniciar su agenda humanitaria, hacía gimnasia, nadaba en la pileta de su anfitrión y disfrutaba de la caminata solitaria por el parque del palacio de Gelly y Obes 2233. Adoraba ese cielo intenso y las pocas horas de soledad sin fotógrafos que le regalaba este país lejano.

 

 

Lady Di en Argentina, 1995.

El 24 de noviembre, después del chapuzón diario en la piscina del Palacio Madero-Unzué, se dejó llevar por los consejos de Liz, Lady Liz Campden, la asistente personal que trajo a la travesía argentina, y eligió el trajecito rosa, la cartera Lady Dior y los stiletto negros para visitar el Instituo Roffo y luego almorzar con Carlos Menem y Zulemita en la Residencia Presidencial de Olivos. Para eludir los fotógrafos entró por atrás y, sin muchas formalidades, saludó a los 15 invitados. 

Carlos Menem se quedó con las ganas de besarla (Roberto Devorik le había advertido que era confianzudo, pero la muy precavida le estiró puso distancia entre ambos estirándole la mano antes de aproximarse). Zulemita Menem elogió su elegancia y no se privó de comentar que le llamó la atención su “profunda tristeza”.

Lady Di y Carlos Menem. Almuerzo en la residencia de Olivos.

Con todo, Menem logró hacerla subir al Tren de la Costa, empresa de su amigo Santiago Soldati, para llegar al destino final, la visita al Hospital Municipal de San Isidro. 

Para Lady Di, este traslado en tren fue una decepción. “¿Para qué me hicieron subir a este tren que de un lado parece Dinastía y Dallas, por las mansiones que hay, y del otro lado con villas de pobreza que dan muchísima lástima... ¡y el contraste es terrible!?’”, le confesaría el mismo Devorik a la Revista Noticias, años más tarde.

Lady Di. Cena de gala en el Correo Central.

 

Esa misma noche, la princesa deslumbró en un vestido rojo de mangas caídas diseñado por Christian Lacroix -que le dejaba las rodillas y los hombros al desnudo-, para participar de la cena de gala en su honor, en el Correo Central que Marcelo T. de Alvear había inaugurado en 1928.

Al día siguiente, volaron a Chubut. Diana quería conocer las ballenas y tomar el té en una de las típicas teterías galesas. Habló con Carlos Maestro, el gobernador de Chubut, y a las 17 hs en punto la histórica casa Ty Te Caerdydd la esperó con la mesa puesta. Ella no probó bocado, se dejó ver pensativa, y esa misma noche regresó a Buenos Aires.

Sin dudas, Menem ansiaba sacar un rédito mayor de la visitante ilustre, pero la comitiva británica la blindó. Para evitar la despedida -otra vez- en la mansión tigresa de Falak, improvisaron una visita express al centro de adicciones Casa de Vida, en la Isla Miramar. Esa misma noche se subió al vuelo que la devolvería a su patria, pero no sin antes tener su propia aventura personal.

“Salimos con el Range Rover del embajador a hacer compras. Ella con una peluca, anteojos y un pañuelo. Hicimos salir un auto primero, para que todo el mundo creyera que era ella y nadie se dio cuenta”, le contó a Noticias el diseñador Roberto Devorik. Sí, lo que más los unía era la risa. Diana era la princesa que quería vivir.

Aunque ella hubiera preferido mayor contacto con la realidad argentina de los años 90, se fue feliz del país que desafió el poder de Gran Bretaña. Ya tenía dos planes en mente: invitar al Reino Unido a la Orquesta Sinfónica de Ciegos y regresar con sus hijos, William y Harry, para conocer juntos el glaciar Perito Moreno. La muerte la sorprendió en Pont de l’Alma, un año y medio después.