Son las 2 de la tarde en Tulum, y el club de playa del Hotel Ikal se prepara para su sesión de “baile extático”.
Dentro de un pabellón con techo de paja, una multitud sudorosa baila al ritmo de una pista de “folktronica” interpretada por un DJ cuya próxima parada es Berlín. Unos anchos escalones de piedra más abajo, un grupo de atléticos treintañeros golpean pelotas de voleibol en una playa que huele a algas y protector solar. La habitación en la “Casa del árbol” cuesta US$800 la noche, y una botella de vino espumoso Crémant de Bourgogne, US$110.
Hace apenas una década, Tulum era un apacible pueblo de pescadores que servía como puerta de entrada a las ruinas mayas cercanas. Hoy, forma parte del circuito de fiesta global y se comercializa como un paraíso en medio de la jungla con una intensa vida nocturna. La franja de playa de la ciudad está llena de restaurantes de lujo, boutiques de ropa de diseñadores y pizarras que anuncian clases de yoga y tatuajes estilo Handpoke. Con sus clubes, modelos vestidas de lino y amplios suministros de marihuana, ayahuasca y cocaína, es el tipo de lugar donde ”los hippies se vuelven millonarios y los millonarios se vuelven hippies”, dice el guía turístico Hervé Pech.
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Tulum y su primo mayor Cancún, dos horas costa arriba en auto, están en medio de un auge. El turismo está un 6% por arriba de 2019, y las aerolíneas han programado este año un 20% más de asientos en vuelos desde EE.UU. que antes de la pandemia. Las llegadas al Aeropuerto Internacional de Cancún superaron los 22 millones el año pasado, un 82% más que en 2020. En los últimos dos años se han construido más de 16.000 nuevas habitaciones de hotel en el estado de Quintana Roo, eso incluye a Cancún y Tulum. La expansión es evidencia, e impulso, del ascenso de México en las listas de turismo mundial. En 2019 el país fue el séptimo destino más visitado; hoy es el No. 1 o el No. 2, dependiendo de a quién escuche.
Eso se debe en gran parte a que, a diferencia de la mayoría de los demás lugares, México nunca cerró realmente. Incluso al tiempo que las capitales europeas exigían pasaportes covid y pruebas PCR, y EE.UU. prohibía la entrada a viajeros de docenas de países, México se apresuró a abrir sus puertas, sin hacer preguntas, sin necesidad de pruebas. El Gobierno argumentó que el turismo era un motor tan importante de la economía, que México no podía darse el lujo de cerrar sus fronteras. Al inicio de la pandemia, la pobreza en Quintana Roo aumentó y el estado perdió 97.000 empleos, pero para junio de 2020 los hoteles ya estaban reabriendo. En diciembre, el gobernador tuiteó que las personas deberían mantener una sana distancia para detener la propagación del covid al tiempo que se jactaba de que Cancún había vuelto a 500 vuelos por día.
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Para los trabajadores que tienen que servir mesas, fregar baños y conducir autobuses o taxis para todos esos visitantes, la bendición ha sido a medias. Los destinos de playa más populares de México aparecían y desaparecían de las noticias a medida que sufrían picos de coronavirus, presumiblemente provocados por los turistas. Roger Martín Moreno dice que cree que contrajo el virus mientras repartía bebidas y café en un autobús turístico. “Empecé igual, una semana con calentura, con fiebre, ya luego, poco a poco, me empezó a faltar la respiración hasta que solo podía respirar acostado”, cuenta el joven de 32 años, quien agrega que al menos dos choferes de su agencia murieron por covid.
Mientras tanto, la preocupación por la sostenibilidad del auge aumenta. El creciente volumen de visitantes amenaza las cavernas de agua dulce características de la zona, llamadas cenotes, así como la barrera de coral más grande del hemisferio occidental. Algunos temen que Tulum pueda seguir el camino de Acapulco, que a mediados del siglo XX se convirtió en un destino brillante donde Frank Sinatra escapó para un cumpleaños secreto, Elizabeth Taylor celebró su tercera boda y la familia del sha de Irán se refugió después de la revolución. Pero la ciudad sufrió un crecimiento explosivo no planificado y, más tarde, del crimen generado por los carteles de drogas. Hoy es uno de los lugares más peligrosos en un país peligroso. “Cuando empezó la violencia muy fuerte, que tenía que ver con el narcotráfico, los turistas internacionales huyeron”, dice David Espino, autor de Acapulco Killer: Crónicas desde el paraíso perdido.
Cancún estaba destinado a ser el anti-Acapulco. En la década de 1960, el Gobierno designó el prístino tramo de playa de arena en la costa del Caribe como su próximo gran destino turístico, con áreas específicas para hoteles, casas y un aeropuerto internacional. Se reservaron grandes extensiones de tierra para la conservación, se diseñaron calles y parques, y los contratistas instalaron modernos sistemas eléctricos y de aguas residuales. Pero la periferia de la ciudad, lo que se conoce como Riviera Maya, que se extiende hasta Tulum y más allá, no recibió la misma atención.
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En Tulum, solo 15% de los edificios están conectados al sistema de alcantarillado, lo que significa que toneladas de desechos sin tratar terminan filtrándose en las aguas subterráneas, ensuciando playas y matando el arrecife. Muchos hoteles no se han conectado a la red eléctrica, lo que los obliga a utilizar generadores diésel. Los trabajadores de la construcción de otros estados a menudo construyen campamentos de ocupantes ilegales en terrenos no urbanizados. Una línea de tren a lo largo de la costa que se planea abrir el próximo año, así como un aeropuerto local que se espera para 2024, solo se sumarán a las multitudes. “Está entrando un poco en crisis. Es un crecimiento muy rápido”, dice Gonzalo Merediz, jefe de una organización de desarrollo sustentable y conservación ambiental.
Si bien el Gobierno estatal asegura que apunta a un desarrollo responsable, los buzos dicen que los cenotes a veces están cubiertos con suciedad de los asentamientos cercanos y las cremas solares que los turistas usan. Eso pone a los guías en un aprieto: arriesgar la salud del medio ambiente local y los beneficios económicos a largo plazo que ofrece, o que se les nieguen las propinas de los clientes enojados cuando les dicen que no pueden meterse al agua. “Los cenotes, sí veo que ya están muy contaminados, creo que no valdrá la pena”, dice el instructor de buceo Alan Chuc.
No obstante, muchos visitantes vienen por un fácil acceso a las drogas, lo que crea otra serie de problemas. Los carteles de la droga están involucrados en una guerra territorial en el área que ha alimentado el aumento de la delincuencia, como la extorsión de protección, conocida como cobro de piso, que afecta a todos, desde propietarios de hoteles hasta vendedores ambulantes en las playas. Desde octubre, los repetidos tiroteos en la zona han dejado muertos a presuntos delincuentes y al menos a tres turistas. En enero, dos canadienses fueron asesinados en la cercana Playa del Carmen. En febrero, un par de presuntos traficantes murieron a tiros en un restaurante de lujo en Tulum.
Los lugareños dicen que la policía limpia rápidamente después de los tiroteos para evitar que los turistas se asusten, pero no siempre lo suficientemente rápido. Después de un tiroteo en Tulum, una huésped que estaba cerca se retiró de inmediato, en medio de la noche, recuerda Samantha Raga, exgerente de un hotel de lujo. “Ella llegó en una crisis horrible, dijo que no le importaba si perdía su depósito”, dice Raga. “Agarró sus maletas y se fue”.