Repentinamente, el presidente Vladimir Putin es un bonachón con Siria. Primero, permitió que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, lo persuadiera de no comenzar un gran ataque contra la oposición siria en Idlib. Luego apaciguó un conflicto con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por un avión militar ruso derribado.
La toma de riesgos de Putin ha dado forma al resultado de la guerra siria. Pero en esta etapa final del conflicto, se enfrenta a poderosas coacciones respecto de medidas más potentes. Uno de sus mayores logros en Siria ha sido mostrar que Rusia puede ignorar con éxito a Estados Unidos en el Medio Oriente y establecerse como un actor rápido, resuelto y referente. Sin embargo, resulta que ya no puede dar por sentada la pasividad de EE.UU., y eso significa tener cuidado también con los aliados de EE. UU.
El 17 de septiembre, Putin y Erdogan acordaron establecer una zona desmilitarizada en la provincia siria de Idlib, que será patrullada conjuntamente por tropas rusas y turcas. Fue un vuelco respecto de la intención inicial de Rusia de respaldar la iniciativa del presidente sirio, Bashar al-Assad, para retomar Idlib. Es difícil imaginar que Putin se dejara influenciar por las advertencias de Erdogan de que una ofensiva podría provocar una masacre: en situaciones similares anteriores, especialmente cuando Assad recuperó Aleppo en 2016 con la ayuda de Rusia, Putin ignoró tales advertencias.
Horas después de que se anunciara el acuerdo de Idlib, un avión militar ruso que transportaba a 14 miembros del servicio fue derribado sobre Siria. CNN, citando a una fuente del Gobierno de EE.UU., informó que la defensa aérea de Assad había derribado el avión; los medios propagandísticos del Kremlin y trolls de internet reaccionaron con incredulidad, probablemente anticipándose a los intentos oficiales de culpar a Israel por el incidente, cuyo avión estaba atacando un objetivo del régimen en ese momento. El Ministerio de Defensa ruso admitió, entonces, que los sirios habían lanzado el misil, pero de todas formas culparon a los pilotos israelíes que, según el portavoz del ministerio, general Igor Konashenkov, "prepararon" el avión ruso para el ataque, usándolo como avión escolta contra las defensas aéreas sirias.
El ministro de Defensa, Sergey Shoigu, hizo un airado llamado a su homólogo israelí, y el ministerio emitió una declaración diciendo que se reservaba el derecho a una "respuesta adecuada". Sin embargo, no habrá consecuencias: el martes, Putin restó importancia al incidente durante una conferencia de prensa. Aunque dijo que había aprobado la declaración del Ministerio de Defensa, el presidente ruso se abstuvo de culpar a Israel. Negó que el incidente fuera de alguna manera como el derribo de un avión de combate ruso por parte de Turquía en 2015, que provocó un quiebre temporal de las relaciones ruso-turcas y sanciones económicas rusas contra Turquía. En una conversación telefónica, Putin simplemente llamó a Netanyahu a cumplir con los acuerdos para evitar conflictos.
¿Se está volviendo Putin repentinamente más blando en la etapa final del conflicto sirio? En 2016, se habría esperado que desafiara a Erdogan en Idlib y amenazara a Netanyahu, tal vez desencadenando una ofensiva de propaganda nacional contra Israel y haciendo más difícil para los israelíes atacar objetivos en Siria. Sin embargo, no a fines de 2018.
El cambio probablemente deba acreditarse al presidente Donald Trump. A diferencia del presidente Barack Obama, Trump no ha dudado en usar la fuerza contra el régimen de Assad; ha intensificado la presencia militar de EE.UU. en Siria y, recientemente, habría acordado mantener las tropas allí de forma indefinida. Las advertencias de Erdogan respecto de atacar Idlib fueron respaldadas por un fuerte discurso de EE.UU.
Lo último que quiere Putin es que EE.UU., flanqueado por Turquía e Israel, ataque el régimen de Assad: se enfrentaría a tres grandes potencias militares con solo Irán y las inútiles fuerzas de Assad como sus aliados. No puede esperar que la reciente tensión entre Turquía y EE.UU. se traduzca en un quiebre de su unión militar: en Idlib, los intereses de EE.UU. y Turquía están alineados. El balance de fuerzas ha cambiado desde que Rusia ingresó a la guerra hace tres años, y la disposición de Trump a intervenir ha jugado un importante papel en lograr el cambio.
Ahora, para aferrarse a los logros que Putin alcanzó en conjunto con Assad, necesita tener precaución. Por un lado, está ganando puntos al mostrar una voluntad de compromiso; por otro lado, sin embargo, no se lo puede ver mostrando debilidad. Esta es quizás la posición más difícil para el líder ruso en Siria desde 2015. Que Putin pueda o no salir de ella sin desprestigiarse tendrá importantes consecuencias para el papel de Rusia en el Medio Oriente.
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