Una encuesta que encargó un organismo del Gobierno realizada en las últimas semanas arroja un resultado duro para el kirchnerismo: más del 50% de los 1.200 consultados a nivel país desaprueba la gestión de Cristina Kirchner. Pero la primera mandataria no está dispuesta a tocar el modelo ni tampoco a abrir el juego político.
Los números no le preocupan –ni los sondeos ni los principales indicadores del país–, o al menos no tanto.
Según la lógica K, el cepo cambiario y la inflación son “el mal necesario” para sostener un proyecto que es cada vez más cuestionado, por la pérdida del poder adquisitivo y por las crecientes denuncias de corrupción. Aunque muchos funcionarios se muestran desconcertados por el rumbo económico, CFK ordenó esta semana a los ministros que manejan los números que defiendan a capa y espada los pilares de su proyecto presentado por televisión: empleo y consumo.
Tal como denunció públicamente el viceministro de Economía, Axel Kicillof, el Gobierno cree que aquellos que proponen una devaluación para acortar la brecha entre el dólar paralelo y el oficial buscan “un shock inflacionario”. El funcionario es uno de los pocos con ascendencia en el círculo íntimo presidencial. Pero no sólo Kicillof definió cómo seguirá el Gobierno, también lo hizo su virtual jefe, Hernán Lorenzino, cuando trascendió que, para él, el dólar blue “no le importa a nadie”.
Mientras en el mundo K existan las inauguraciones de fábricas –como la que presidió Cristina en Córdoba el martes pasado– y las inversiones anunciadas por empresas radicadas en el país, más se convencen los arquitectos de la gestión K de no tocar ninguna de las variables de la economía doméstica. En ese diagnóstico coinciden funcionarios y empresarios.
Un sector del Gobierno vislumbra un escenario negativo: cree que el problema principal es que la inflación come el poder adquisitivo del salario, y afecta sobre todo a los sectores de menores ingresos, y el cepo cambiario genera incertidumbre. Se queja de que son pocas las empresas con ganas de “apostar” a un país que no permite el traslado de divisas.
Mientras esto sucede, CFK piensa en las elecciones. Si la economía va mal, teme perder votos de la clase media. Tiene un gran obstáculo: no tiene candidatos fuertes en la provincia de Buenos Aires, ni siquiera para afrontar al peronismo disidente. Hoy, quien asoma la cabeza, y no porque le guste, es el ministro del interior Florencio Randazzo, que podría ser acompañado por Karina Rabolini y un puñado de intendentes para hacerle frente a una eventual postulación del intendente de Tigre, Sergio Massa, o en su defecto de Francisco de Narváez. La posible postulación de Massa es una incógnita: en la Casa Rosada fantasean con hacer jugar al propio Scioli si se postula, algo que en La Plata rechazan. El único escenario que entusiasma al kirchnerismo duro es que Massa apoye una tercera lista, encabezada por Felipe Solá, que le robaría caudal de votos a Francisco de Narváez.