Quizá el antecedente más notorio de un outsider es el caso del sorpresivo candidato que ganó un escaño en las elecciones de 1959 en San Pablo.
En realidad, se trató de una candidata a concejala sin partido que salió primera. Tras los comicios, la Justicia le vetó la posibilidad de asumir el cargo. No tanto por el hecho de que solo tenía 5 años de edad, sino porque era un mamífero perisodáctilo de la familia de los rinocerótidos. O sea, una rinoceronte.
Su nombre era Cacareco y su futuro fue muy ingrato: falleció con apenas 8 años en el zoológico de Río de Janeiro a causa de una infección en sus riñones. Sus restos se exhiben en el Museo de Anatomía Veterinaria paulista.
Los políticos creen que mueven la historia. Pero es la historia la que los mueve a ellos
Su éxito político inspiró en Canadá la creación del Partido de los Rinocerontes, cuyo eslogan electoral siempre fue el de “no cumplir ninguna promesa de campaña”. Su líder era otro rinoceronte, Cornelius I, que vivía en un zoológico al este de Montreal. Más allá de Cornelius, como este partido sí tuvo candidatos humanos, algunos de ellos consiguieron bancas a lo largo de los años.
En 1988, el Partido de los Rinocerontes cruzó las fronteras y llegó a competir en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. También ahí con un candidato humano, Bill Lee, heredero de Cacareco. Pero fue arrollado por George Busch padre.
Otros animales. A diferencia de los rinocerontes, el Homo sapiens le da una importancia exagerada al rol del individuo en el devenir histórico. Es razonable: el corporizar cada estado de situación en personas con nombres y apellidos nos lleva a creer que son ellos los que mueven la historia y no la historia la que los mueve a ellos.
El de Cacareco es un buen ejemplo. Aquel año, hubo un sector de la sociedad paulista que quiso demostrar su hartazgo con la política tradicional. A tal punto lo relevante fue ese movimiento social y no quien lo corporizaba, que eligieron a esa rinoceronte como imagen de campaña para ganar la elección.
Similar a lo que ocurriría en Talkeetna, Alaska, donde en 1997 ganó la alcaldía el gato Stubbs. O el gato Morris, que en 2013 se presentó como alcalde de Xalapa, México (perdió la elección, aunque sus seguidores denunciaron fraude). O Tião, un chimpancé con muy mal carácter, pero con el atractivo electoral suficiente para obtener el 10% de los votos para la alcaldía de Río de Janeiro en 1988. O Hank, que en 2012 fue candidato a senador por Virginia, Estados Unidos. Hank era un gato humilde que había vivido con su familia en la calle durante años.
Se podría decir que son ejemplos hegelianos extremos. Son la corporización de movimientos sociales que se van generando a través del tiempo y que en algún momento adquieren la fuerza necesaria para manifestarse a través de un cuerpo. El “cuerpo” de esos animales-candidatos es la expresión máxima de la relativa importancia que pueden tener los individuos como representaciones de los sectores a los cuales reflejan.
Por eso la importancia de un presidente excéntrico como Javier Milei no es él, sino el 56% que prefirió elegir a un desconocido sin pasado político ni estructura partidaria, antes que a cualquiera de los candidatos conocidos.
Provocativamente, se podría preguntar si ese impactante 56% de argentinos que eligió a Milei podría haber elegido en su lugar a su famoso perro Conan. De hecho, su mastín inglés fue protagonista de la campaña y destinatario casi excluyente de sus discursos y agradecimientos.
Una parte de ese electorado incluso se fue informando a lo largo de la campaña de lo que el biógrafo de Milei había descubierto sobre Conan. Que el perro ya no existe en este plano terrenal, aunque Milei diga que sigue vivo, y que desde el más allá le brinda consejos económicos y filosóficos a través de su hermana Karina.
Por qué ganó. La revelación de ese esoterismo (atípico en un candidato presidencial y, en general, en las creencias mayoritarias de la población) sin embargo no fue un obstáculo para el voto a Milei.
Puede que el malestar de ese 56% no hubiera alcanzado, como en los casos mencionados, para que un perro como Conan (en verdad alguno de sus clones) venciera a Sergio Massa y a Patricia Bullrich; pero sí alcanzó para elegir a su dueño.
La mayoría de los líderes políticos están convencidos de que son sus particularidades las que seducen a sus seguidores, sin imaginarse que es al revés. En el caso de Milei, hasta está convencido de que fue el elegido de Dios para convencer a la sociedad sobre el mejor camino para la Argentina.
Pero no fueron sus teorías anarcocapitalistas las que convencieron al 56% de que aquí funcionará un sistema no probado en ninguna parte del mundo (“soy el primer presidente liberal libertario en la historia de la humanidad”, acaba de reconocer). Ni tampoco fue su promesa de terminar para siempre con la obra pública. Ni que hayan calado a fondo sus ideas sobre los mercados de órganos, niños y armas. Ni que ese porcentaje de argentinos haya aceptado que está dispuesto a vivir peor en el presente para mejorar en el futuro.
Milei está seguro de que fueron él y sus argumentos los que convencieron a esa mayoría: “Soy el primer presidente que gana diciendo que va a hacer un ajuste”.
Las encuestas que en las últimas semanas anticiparon su triunfo también mostraban que la mayoría de quienes lo iban a apoyar no estaban de acuerdo con sus propuestas más conocidas. Y que eso no era un obstáculo para votarlo.
No, Milei no ganó por un plan de gobierno que nadie leyó. En todo caso, ganó a pesar de ello.
Él es un cuerpo que eligió la historia (los sectores mayoritarios que hoy la representan) y la duda ahora es para qué. Qué rol cumplirá él en el devenir de este país.
Milei es un cuerpo que eligió esa historia. La duda es para qué, cuál será el próximo movimiento
Su voto es el rechazo a todo lo conocido. Al peronismo, al kirchnerismo, al macrismo, al radicalismo. Bajo la premisa fundamental, tal vez arriesgada, de que nada puede ser peor que esto.
Por eso, la motosierra blandida en sus manos no significa que los 14 millones que lo eligieron hayan coincidido en que se debe eliminar el déficit fiscal y cuasi fiscal. Más que eso, es el apoyo a una gestualidad violenta que simboliza cortar de cuajo con los males argentinos, corporizados en la palabra casta.
Tampoco es que tomaran en forma estricta la idea de que todos los políticos son culpables, como decía Milei. De hecho, parte de quienes ahora lo acompañan eran políticos a los que había denunciado. Sin que eso hoy parezca generar una conmoción en sus votantes.
Símbolos. Si lo que se votó con Cacareco, Cornelius, Milei (y quizá se hubiera votado con Conan) son símbolos, representaciones corpóreas de un malestar, el reacomodamiento social de sectores en pugna; lo que entonces importa para entender ese voto no son los detalles de los cuerpos, la cantidad de patas que tengan.
Creo, quiero creer, que algo similar representa Victoria Villarruel. Que el apoyo mayoritario a esa fórmula no significa que haya un 56% que justifique el terrorismo de Estado. Pienso que fue otro de los “detalles” de ese combo excepcional que corporizó a un porcentaje dispuesto a votar a libro cerrado.
Es un voto que cruza las distintas geografías y barrios de mayor y menor poder adquisitivo. Presumiblemente, exvotantes de corrientes conservadoras, más y menos liberales, antiperonistas e, incluso, experonistas. Unidos en un voto a lo desconocido, como un signo de rebeldía extrema frente a lo ya conocido.
La diferencia con Cacareco y otros ejemplos similares de rebeldía creativa es que en este caso no se trata de un mensaje simbólico de un sector social.
Con sus razones, sus angustias y esperanzas, un 56% acaba de elegir al presidente más impensado de un país.
El nuestro.