Dos frases para incorporar a la elección dentro de 7 días. Una: “Se puede ganar, perdiendo”. Le corresponde a Ricardo López Murphy. La segunda podría pertenecerle a María Eugenia Vidal: “Se puede perder, ganando”. Está descontado que el anterior bull dog amplió su menú: se ha vuelto también herbívoro y obtendrá cómodo la minoría en la coalición opositora de las PASO. Sin aparato ni plata. O con recursos escasos. Será entonces diputado luego del trance comicial de noviembre con un raid que parece sorprendente y lo ubica como potencial candidato a jefe de gobierno capitalino en el 2023: no estaba en los cálculos. Al menos, en la computadora de Horacio Rodríguez Larreta, quien eligió un Rocky cualquiera que puede transformarse en Balboa.
Al revés se perfila Vidal: quien fuera una grata novedad para concursar y ganar en la provincia de Buenos Aires en el pasado, ahora se desangeló en apariencia, la bondadosa Heidi encontró otros apelativos menos simpáticos. Raro sino político. Igual, con el aparato porteño y plata, Rodríguez Larreta la puede llevar al triunfo en el primer tiempo que empieza en dos domingos aunque las certezas futuras se han desvanecido y el delfín femenino se complica para heredar la ciudad en el 2023: tiene un rival —además de Martin Lousteau— que le saca una ventaja curiosa: se le otorga a López Murphy mayor noción de Estado a pesar de que ella fue gobernadora 4 años. Tampoco le ha sumado una vida en pareja más estable, con mayor dedicación a la comida y un compañero que propone un libro casi de autoayuda con el título del “dolor al amor” para describir su paso de la viudez a la nueva familia con María Eugenia. Igual, los próximos comicios internos son de juguete, un entrenamiento apenas indicativo de lo que puede ocurrir en noviembre.
La fortaleza de Alberto: su debilidad
Tanto que hasta se aventura con la cuestión legal de que López Murphy, si ingresara por la minoría, no podría ocupar el cuarto lugar que le corresponde por ser hombre. Es decir, la pretensión de utilizar el bendito cupo femenino como inhibitorio de que un tercer caballero siga a los dos que acompañan a la Vidal en su lista y la obligación de que ese lugar lo ocupe una mujer. No parece el espíritu de lo que impuso Carlos Menem en su momento, esa forzada participación política que el beneficiado colectivo femenino nunca le agradece al riojano muerto, sea por rencor o prejuicio. Si bien casi nunca Menem, por razones de confianza e idoneidad en sus colaboradores, observaba los proyectos que le acercaban sus ministros (“¿acaso puedo discutir con Cavallo el contenido de la convertibilidad?”, le comento a un amigo antes de ir a jugar al tenis y decirle al titular de Economía que avanzara en la iniciativa sin necesidad de escucharlo), en el caso del cupo femenino sí se interesó. Quizás porque fue el propiciatorio de la idea. Y justamente, objetó el texto inicial que le pusieron a la firma: “De esta forma, dijo, no entra ninguna mujer, si no se las ubica en la ley, las van a poner a todas al final de la lista, no entra ninguna”. Y allí introdujo la intercalación como método, obligando a que cada tres candidatos uno fuera femenino. Y así sucesivamente. Habrá debate sobre esta interpretación, pero se ruega no discutir con el autor de esta nota: es recomendable en todo caso apelar a quienes perfeccionaron la moción menemista.
Hay una tercera frase a consignar para el comicio venidero. Algo así como “se puede ganar por margen estrecho, lejos tal vez de la magnitud de otros éxitos peronistas en la provincia de Buenos Aires, pero igual surge la posibilidad de un premio superior”. Le calza a Victoria Tolosa Paz, de formidable despliegue publicitario en la calle gracias a la pericia de su pareja en el rubro (Pepe Albistur), quien siempre primereó en la calle con la cartelería peronista. Le pone empeño Albistur, tanto que sostiene jocoso: “Es la primera vez que hago una campaña gratis”. Tolosa Paz alcanzó la cúpula de la lista oficialista cuando nadie la acomodaba en ese sitial, casi por descarte, y bajo el imperativo módico de que pretendía llegar al 2023 como diputada para competir por la intendencia de La Plata. Nada más. Ningún intendente se alteró hasta que, pichona de Cristina aunque amiga de Alberto, se cargó sola la campaña al hombro, parece que nadie la acompaña y ya la observan como una eventual postulante para la gobernación en la provincia de Buenos Aires en el 2023 donde Axel Kicillof no despega para hacerse reelegir. Frente de tormenta para el futuro. No en vano Sergio Berni, otro aspirante al cielo, ya la bombardeó por unos comentarios sobre la copulación que él considero vulgares.
Se trata una fracción partidaria desconcertada por el temor de las encuestas: Cristina, hace diez días se iba a ocupar de presidir la campaña en el distrito bonaerense y, ahora, dejó de concurrir a los actos y se fue a Santa Cruz, justo cuando se adosaba la armadura de Juana de Arco para emprender por su cuenta la conquista bonaerense. Extraña la partida al confín sureño cuando, afortunadamente, no tiene nietos enfermos ni tramites por cumplir. Es como si se apartara o huyera del próximo ensayo electoral, endosándole la responsabilidad al Presidente Fernández cuando el poder siempre lo tuvo ella y su equipito de La Cámpora. Desde la lejanía le ha pedido a Sergio Massa que interceda con Alberto para que hable menos, se modere y no aparezca tanto en los medios. Parece que no sirvió que ella se lo pidiera al propio Fernández, ya que éste —luego de escuchar el consejo— al día siguiente se presentó en el estudio de una radio afín y volvió a envolverse en declaraciones poco sensatas. Un indócil. Pero, eso sí, pregona que no habrá de traicionar a Cristina, a Máximo, a Massa ni al pueblo. En ese orden de prioridades que, como dice Rosendo Fraga, no es el mismo de Juan Perón, quien siempre designaba primero a la patria, luego al movimiento, y por último a los hombres.
RG / ED