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Casas

El pueblo es diminuto y casi parece desierto de no ser por unas mujeres que charlan en la vereda y algunos perros que duermen en la calle o el que nos sigue en nuestro paseo.

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Casas. | marta toledo

Puerto Ruiz está a unos pocos kilómetros de Gualeguay. Allí nació Juan L. Ortíz y hacia allí vamos una mañana soleada de mediados de octubre. La calle sobre la que se levanta la casa lleva, por supuesto, el nombre del poeta y en la vieja construcción hay una placa que da cuenta del valor histórico del solar. Una familia vive allí, seguramente pescadores como la mayor parte de los habitantes del pueblo. ¿Qué pensarán cada vez que se bajan de un auto dos o tres personas y se sacan fotos en la vereda? En cambio su casa de Paraná, la última donde vivió, no tiene nada que la señale como tal. La ubicación es una especie de contraseña que nos vamos pasando unos a otros. ¿Cuánto de nosotros quedará entre las paredes que hemos habitado? Una vez fui a la casa de Olga Orozco, en Toay, es un sitio muy hermoso, con habitaciones luminosas y árboles en el patio… pero Orozco se fue de allí a los tres años. Nos atraen las casas de los escritores, ver cómo y dónde vivieron o crecieron o simplemente nacieron; dónde escribían, dónde leían. Las casas nos atraen igual que las tumbas. Son peregrinajes amorosos hacia esas personas que nos dan la felicidad de ser lectores. Nosotros (Ferny Kosiak, Lilian Almada y yo) también nos hacemos una selfie en la casa de Juanele.

Después seguimos hacia el puerto. El pueblo es diminuto y casi parece desierto de no ser por unas mujeres que charlan en la vereda y algunos perros que duermen en la calle o el que nos sigue en nuestro paseo. El río Gualeguay hermosea la mañana, espléndido bajo un cielo azul, tan azul que parece una postal. En una isla enfrente hay vacas y caballos. Nos cuentan que en el siglo XIX el puerto era el segundo en importancia del país y que Puerto Ruiz fue también uno de los primeros lugares adonde llegó el ferrocarril. Ahora los viejos galpones se mantienen en pie, porfiados, como no queriendo dar el brazo a torcer. En el muelle el pequeño altar de una virgen al que le falta la figurita de la virgen, parece que la robaron varias veces hasta que la comuna se cansó y dejó la capillita vacía. 

Vinimos a Gualeguay a presentar el libro que hicimos con Lilian y Ferny, Los inocentes: un libro de cuentos, ilustrado, publicado por la editorial de la Provincia. ¿Sabían que Entre Ríos tuvo la primera editorial estatal del país? Yo no lo sabía, me voy a enterar esa noche, cuando lo diga Ferny en el salón lleno de gente del Museo Quirós. Veremos también varios cuadros de Quirós: en la Biblioteca Mastronardi, en el Club Social… 

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Pero yo vengo a otra cosa además: a conocer a Tuky Carboni, una gran escritora casi secreta fuera de la provincia. Hace poco leí su novela El tan deseado rostro, escrita a mediados de los ochenta, ganadora del Fray Mocho, publicada en los noventa, inhallable por treinta años y recién vuelta a editar por Oyé Ndén. Fue gracias a su editor, Nicolás Darchez, que conocimos la novela y la enviamos a nuestro Cub del Libro. Y es también por su intermedio que intercambié unos correos con Tuky y me espera en su casa. Pienso que es así como hay que entrar a la casa de los escritores, cuando están habitadas todavía, cuando la pequeña mesa del living se llena de vasos, cuando el aire del mediodía entra por la ventana abierta, cuando salimos al patio y las perritas María (Granata) y Sara (Gallardo) se atraviesan en nuestro camino. Cuando veo a Samuel (Be-ckett) y a Margie (Yourcenar) gatunamente estirados a la sombra de las plantas o a Michi Miau, la única que no tiene nombre ilustre, escabullirse atrás de una maceta.