Existe el mérito, no lo niego, y el de Batistuta puede ser un ejemplo ilustrativo al respecto. Pero existen asimismo otros ejemplos, y tal vez no en menor medida, que siembran dudas en ese aserto, que alientan una perspectiva contraria.
Pienso por caso en Silvio Astier, pienso por caso en Mauricio Macri (Silvio Astier: la ficción y sus verdades. Mauricio Macri: la verdad y sus ficciones). Porque Astier, al igual que muchos, parte tan en desventaja, tan por fuera de los requisitos sociales, que por más que se esfuerza y se esmera, por más que es talentoso y estudia, no se saca la desgracia de encima, no puede con la segregación social. Y porque Macri, al igual que algunos, sin hacer ningún esfuerzo (más que el de nacer donde conviene; aunque incluso en el nacer, el mayor esfuerzo le toca a la que pare), sin logros y sin labores notables, sin destrezas ni enjundias a la vista, ya habitó el privilegio desde el vamos, se entregó a lo que heredó sin producirlo, algo había ya de meta en su punto de partida.
Birlado a la estadística por un poder siempre dudoso, revela que el mérito se desatiende
No es la de Aquiles y la tortuga la fábula con que ilustrar esta disparidad tan cruel. Habría que figurarse un Aquiles montado con absoluto letargo sobre una tortuga callada que lo aguanta y lo lleva, que lo carga y lo transporta, sin apuro y sin apremio, pues el final es cosa sabida.
Yo adhiero personalmente al mérito, pero reniego por eso mismo de lo que estos contraejemplos indican: perjuicios previos, ventajas legadas pero no obtenidas. Incluso en el caso de Batistuta cabría evocar también el Clausura del 91, que ganó goleador e invicto. Oscuramente birlado a la estadística por un poder siempre dudoso, no deja en su gloria de revelarnos que el mérito mejor a menudo se desatiende y se aplasta; que para que impere de veras, con los valores que el Bati prodiga, es preciso que haya justicia, igualdad de oportunidades, condiciones más parejas, un mundo sin sometimiento.