No escribir más sobre el Mundial, sobre la abuela, la FIFA, la vulgaridad, sobre ese bobo que va pa’ llá sería un buen ejercicio para el espíritu. Pero el espíritu no sabe de ejercicios. Los asuntos severos que no pueden esperar ahora esperan. No sé si en el resto de los países que llegaron hasta acá pasará lo mismo, pero los que llegaron hasta acá son solo dos y en todo caso esto que acaece es un acto mágico irrefutable, una ficción de dimensiones colosales, una matriz sobre la que se escriben los demás pensamientos del momento, las demás dimensiones de la realidad.
No manifestarse sobre la esperanza mundialista podría amamantar a ciertos sectores políticos, férreamente abanderados en contra de toda alegría popular. Esos que militan una refutación. Después de Croacia hubo festejos en muchos países, desde Bangladesh hasta Estados Unidos, pero solo en el Obelisco albiceleste tuvimos las vallas de Larreta y los gases de su inquieta policía. ¿Por qué acá, por qué justo acá?
Soy de esa generación que vio esgrimir banderitas o vociferar el himno bajo la causa de Malvinas y la batuta de Videla. En cambio, hoy mis hijos tienen vírgenes derechos de agitar el merchandising celeste y blanco (economía informalísima de las clases amasijadas) e identificarse a todo corazón con los colores que quedaron involucrados en un juego, uno que representa apenas el triunfo de lo imposible, de los sueños colectivos, una ficción perfecta donde hay que deponer toda incredulidad para fluir con una consciencia mayor que te arranque de tu propio cuerpo y te sumerja en la corriente que se junta en las esquinas a sacudir cosas y fantasmas.
Inferno: una comedia oscura y original de Rafael Spregelburd
Hemos memificado con justicia y rapidez esos discursos antialegría. Hemos editado a Diego en todas sus poses y lo hemos calcado en el presente. Hemos incluso dejado de pedirle a Messi que sea Diego para dejarlo que sea él mismo. Hemos aceptado el milagro de tener dos jugadores extraordinarios en una sola vida, uno después del otro, uno distinto del otro. Es una ficción deliciosa, como un sueño compartido.
Otras ficciones no lo son tanto. El jugador iraní Amir Nasr-Azadani está condenado a muerte por sumar su apoyo simbólico a la lucha de las mujeres, delito que se juzga en Irán como “enemistad con dios”. El Mundial ha visibilizado bien este caso de justicia falopa. Pero después de que lo ahorquen, cada cosa seguirá su curso, inalterada. ¿O no?
Digo sencilla y finalmente que costará despertar de lo que vaya a pasar en campo ajeno este domingo. Porque si ese campo se hace nuestro, entonces, solo entonces, y en el sueño, habrá un nosotros.