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Otro diciembre

Secretos del viaje a Lago Escondido
Secretos del viaje a Lago Escondido | cedoc

Una amiga mexicana viene por primera vez; otro amigo colombiano andará de nuevo por acá  y será en diciembre. Pescan retazos y hacen muchas preguntas. Renuncio a responderles, soy incapaz. Y ya que vienen, al menos tendrán un diciembre a pura argentinidad. No saldrán defraudados. Me gustaría ser un poco extranjero, como ellos, que lo son sólo un poco, y tomarme en clave de turista (de espectador) el lawfare, el chat de Lago Escondido, la altura moral de nuestros jueces, la evidencia de que los tiempos vienen oscuros.

Aparte, me distraigo –como todos– viendo desparecer uno por uno los equipos del mundial, equipos que representan medio azarosamente unas banderas, unas supuestas idiosincrasias, unos Marruecos, otros Japón. Desaparecen por impericia futbolística, por mero azar; algunos parecen desconocer la lógica de los penales, muchos olvidan que es sólo un juego. Pero hay algo definitivo al final de cada ronda: banderas que se doblan y se vuelven. Es una estética sacrificial, caníbal, fascinante, anulatoria. Un tachón. Una puesta en escena de la muerte. No; es la muerte, pero dicha con otras palabras.

Y la distracción finalmente no resulta, no distrae. Más bien es un catalizador: acelera una lectura funeraria de los otros asuntos de diciembre. Yo no quiero tener estos jueces, no quiero que no paguen impuestos, no quiero que decidan quién puede o no ser candidato, no quiero oír sus amenazas, sus tonos para encubrir su accionar delictivo. No puedo identificarme con la bandera que los apañe. 

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Está todo mezclado, sí, porque hay un mundial de fútbol y las banderas empiezan a significar cualquier cosa. Pase lo que pase, a este país y a estos colores habrá que refundarlos.