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anaranjada

Financiar la creencia

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Creencias | Unsplash / Pedro Lima / pedrolimadias_

Son esos momentos en los que urge salir con los pañuelos naranjas como ponchos al viento. Pero parece que el eslogan “Iglesia y Estado, asuntos separados” nunca es prioridad.

Me asalta un asombro indecible que no pasará del meme: el arzobispo de Salta, Mario Cargnello, ha creado el Ministerio del Exorcismo. Designó a un vicario judicial y a un cura para la faena. Es una realidad local que tal vez tenga su origen en una raíz folklórica; un regionalismo, como un alfajor del que burlarse antes de pasar a atender otros asuntos. Sin embargo, la comodidad de este desplazamiento no me conforma.

Mi hija me acompaña al Festival de Cine de Mar del Plata (si se quiere, otro folklore con creencias diferentes). En el mercado del puerto se enamora de una artesanía: una especie de colgante cuya gema es un colmillo de cerámica, una baratija fea como el olor a pescado, pero que igualmente compramos al calor de sus ruegos y necesidades espirituales. Frida tiene seis años y hace dibujos de su tesoro; explica que se trata de un colmillo de dragón, lo copia con una fidelidad escalofriante y está dispuesta a atesorarlo como su mejor cosa en el mundo. Al día siguiente se saca un sweater en la calle y lo pierde irremediablemente. Pasa uno, dos días angustiada y sin querer ir a la escuela ni hacer nada. Consideramos la posibilidad de preguntar si alguien en Mar del Plata puede ir a comprarnos la misma baratija una vez más. No lo logramos. La angustia tiene mil formas desorganizadas.

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¿Con qué fondos, con qué marco teórico, con qué autoridad financiará el Arzobispado los exorcismos? Los sueldos de los dos curas vendrán de las arcas del Estado, lógicamente, como todo el mantenimiento de esta creencia medieval, al tiempo que las varias denuncias de niños abusados por curas de esta empresa no son acompañadas por la Iglesia, que elige preservar el derecho del sacerdote y no el de la víctima. El documento que crea la institución explica que hay (o puede haber) muchas solicitudes salteñas y que es función de la Iglesia ocuparse del destierro del demonio, cuyas actividades van de la infección de lugares, la vejación a personas y –en su instancia extrema– a la posesión total. Nótese que podría aducirse que las tres cosas están ocurriendo, de un modo u otro, en el capitalismo, sin saber si el demonio es cosa o es metáfora. Es el mismo arzobispo al que denunciaron unas monjas de su propia casa; incluso uno de los exorcistas designados está denunciado por abusos por las Carmelitas Descalzas. Dado que ese sistema es vertical como la caída de un meteorito y su lógica de sotanas y encierros y descalces sólo se entiende puertas adentro y con mucha gana, deduzco que con las denuncias no ha pasado nada y que el pecado es el estado natural de hombres y eclesiásticos.

Me cito a mí mismo de una obra reciente: “Llamamos creencia a la creencia de otros. A la propia la llamamos verdad”. Así que seguiré viendo cómo conseguir el colmillo de dragón para mi hija, a ver si deja de llorar por su pérdida; costó quinientos pesos y ese el precio de mi creencia laica, anaranjada.