COLUMNISTAS
REDES VS. TELEVISION

Confusión en el campo de batalla

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Precisamos los datos del Anses para ‘hacer el bien’, para tener una ‘conversación’ con los ciudadanos”. Así justificaba el subsecretario de Comunicación, Hernán Iglesias Illa, la resolución que dispuso la captación de los datos personales de los argentinos que aportan al sistema provisional. Esta pieza oratoria que hubiera generado la envidia del propio John De Mol, creador de Gran Hermano, reafirma el enamoramiento de los comunicadores del oficialismo con las redes sociales, con el fin de cooptar voluntades desorientadas en la virtualidad. Esta potencial “conversación” entre el aparato estatal y los usuarios que anidan en las redes formarían una suerte de Big Brother tonto, a-idelogizado y descontextualizado, que apuesta a ganar apoyos y elecciones explicando las bondades del neoliberalismo en 140 caracteres.
Podría decirse que si la “aldea global” de finales de los 70 definía una nueva forma de interconexión humana con la aparición de los medios masivos, hoy estaríamos frente a una jungla tribal, anómica y anónima.
La pregunta es ¿creerá el Gobierno que está logrando comunicar en este caos informático, o es una simulación? o ¿se tratará simplemente de conectar con una sociedad entendida como la sumatoria de individualidades?
  Las conversaciones uno a uno son la negación de la política como interlocución colectiva, mercadotecnia pura. De nada sirve la respuesta en Facebook de un amable Presidente, si sus políticas te dejan sin trabajo, sin luz o sin gas, erosionando el tejido social.
  El azar de los contactos individuales de las redes es el espejo natural de la posmodernidad. No hay causa y efecto sino un extraño azar comunicacional. En el mercado de la palabra, el único valor es que sea más o menos convincente más allá de sus supuestos significados o sentidos.  
 No es extraño en este contexto, que la primera batalla que decide dar el Gobierno fuera de “la pesada herencia” como excusa de todos los males del presente, sea en un ring mediático. Epítome de la banalización política.
  El mismo Presidente que sobrestima el creciente poder proselitista de las redes sociales por sobre los medios tradicionales, se enoja y le teme a la parodia televisiva. No es el malhumor social el principal fantasma, sino la manifestación mediática del mismo. El supuesto tirón de orejas al conductor por antonomasia de la TV nacional trasunta esta debilidad de fondo en el armado presidencial. Definir al interlocutor o al contrincante de turno habla a las claras del lugar donde el Presidente decide pararse. No se trata de discutir ideas o proyectos, sino de disputar el espacio mediático que para el PRO es sinónimo de espacio político.
 Desde las asimetrías que supone un poder real sostenido en el manejo del Estado y la voluntad popular, en comparación con un poder empático, coyuntural, a tiro del control remoto, Macri se equivoca al equiparar una relación de fuerzas que está alejada de la realidad. El ganador es un Tinelli doblemente empoderado, jugando el juego que más sabe y que más le gusta.
A siete meses de gestión es conveniente preguntarse quién protege al Presidente. Pese al bombardeo permanente sobre las falencias del pasado reciente, el Gobierno pareciera no poder romper con algunos maleficios. En el FpV su interlocución estaba dada por la fuerza propia, los convencidos. En el gobierno de Cambiemos comunicar bien es que todo el mundo se dé cuenta de lo obvio: que existe una sola lógica y forma de mirar el mundo que, coincidentemente, es la de ellos. El discurso único se transforma en el discurso del “sentido común”, no importa que vaya a contramano de los intereses de muchos o que sea el más común de los sentidos.

*Politóloga. Sociólogo. */**Expertos en contenidos, medios y comunicación.

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